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miércoles, 4 de abril de 2012

ERASMO DE ROTTERDAM I - DE “MIS CONVERSACIONES CON AZORÍN”, POR VICENTE ADELANTADO SORIANO, DE VALENCIA, ESPAÑA

Aquella mañana, nada más levantarme de la cama, noté, enseguida, que habían subido las temperaturas, pues me fui a la ducha sin pasar frío, ni tener que recurrir a ningún sufrido y viejo jersey. La salida de la ducha tampoco fue traumática. En el cielo todavía brillaban las últimas estrellas. Me hice un negro y espeso café, y entretuve el tiempo leyendo y repasando anotaciones, hasta que se hiciera la hora de ir a buscar al maestro a su casa. Era mi intención que habláramos sobre Erasmo de Rotterdam. Azorín, como siempre, me complació.

-Buenos días, Azorín, ¿Ha descansado usted bien?
-Buenos días, querido amigo. Sí, he descansado muy bien. ¿Y usted?
-Bien, aunque me acosté tarde buscando datos para la conversación de hoy.
-La conversación de hoy... ¡Ah, ya recuerdo! Quería usted que habláramos de Erasmo, ¿es así?
-Así es, Azorín, aunque más que hacia la vida y la obra de Erasmo, mi interés va encaminado hacia la interpretación que hacen de su figura dos intelectuales, uno de ellos historiador, y novelista el otro. Entre ambas biografías median catorce años.
-Esos intelectuales eran, si no recuerdo mal, Stefan Zweig y Johan Huizinga.
-Exacto. Son las dos visiones que le propongo a usted a fin de analizarlas.
-Muy bien, querido amigo; pero antes, y espero que convenga en ello, tendremos que ponernos nosotros de acuerdo, aunque sea en líneas generales, sobre quién fue Erasmo y lo que representó en su época. Sin olvidar, si nos centramos en los autores antes citados, que dejamos de lado a Bataillon y su Erasmo en España.
-Tiene usted razón, Azorín. No obstante, y como no se le escapa, en cuanto comencemos a hablar, tendremos que hacer interpretaciones, o valernos de las que han hecho otros. Y es posible que Bataillon esté muy presente en nuestros comentarios.
-Muy bien, así no estamos constreñidos solamente a estos dos autores. Pero tratemos, a fin de iniciar la conversación, de ponernos de acuerdo sobre alguna de esas visiones. ¿Le parece a usted?
-Sí, estoy de acuerdo. Para iniciar la conversación, querido Azorín, le voy a hablar a usted de la interpretación de Erasmo que más me ha molestado siempre, y que ha motivado, en parte, en una mínima parte, mi renovado interés por tan excelso humanista.
-Es decir, vamos a comenzar por el final: rebatiendo lo que no sabemos si es cierto.
-Sí, algo así.
-Es una forma de comenzar. Como otra cualquiera. Adelante, querido amigo, adelante.
-En casi todas las biografías, opúsculos, introducciones, prólogos y notas a pie de página, siempre he leído lo mismo: que Erasmo fue un espíritu débil, es un eufemismo para no llamarlo un cobarde, que no tomó partido por nada ni por nadie, salvo por su egoísmo, por su tranquilidad, por su habitación y su sosiego.
-¿Y no le parece a usted sospechosa tanta coincidencia? Porque imagino que eso lo dirán estudiosos, y no detractores suyos, como podría ser Lutero.
-Sí, lo dicen los estudiosos. Pero también ha dicho usted, en más de una ocasión, que algunas historias de la literatura, no lo cito literalmente, están hechas más con pereza que con métodos nuevos de investigación. Es decir: que se limitan unas a repetir lo que dicen otras.
-Sí. No me cita literalmente, pero así es. La pereza también hace valer su visión.
-No creo que los historiadores sean de una pasta diferente a los filólogos. Por lo tanto, tal vez lo que es bueno para unos, también lo sea para otros.
-¿Quiere usted decir que todos cuentan lo mismo sobre Erasmo?
-Exacto. Y eso resulta sospechoso. Fíjese, hasta Zweig, y quizás no podía ser de otra forma, acusa a Erasmo de cobardía por no haber asistido a la Dieta de Worms, aun cuando poco antes ha dicho que al intelectual no le está permitido tomar partido; la patria del intelectual es la justicia, que siempre está por encima de toda discusión.
-Muy bien, querido amigo: ya estamos entrando en materia. ¿No le parece a usted que, muchas veces, escribiendo una biografía, sea de quien sea, escribimos la nuestra propia, o que justificamos nuestras acciones a través de las de los otros?
-Por supuesto. Ese es un buen asunto para entablar una preciosa discusión. Entre otras cosas porque plantea el problema de la objetividad.
-Efectivamente. Y ahora debería responderme usted: ¿Es el señor Zweig objetivo cuando habla de Erasmo?
-Si me concede que yo no tengo datos objetivos, pero que sospecho de cuanto hay detrás de los intereses de Zweig, la respuesta es que no es objetivo. Es más, le diría que ni siquiera hace un libro de historia, o una biografía en el pleno sentido de la palabra.
-Está usted haciendo unas afirmaciones un tanto fuertes. Pues suponen que sabe usted lo que es una biografía o un libro de historia.
-¡Ay, Azorín! Qué más quisiera yo que saber eso. No, no lo sé. Pero resulta sospechoso el contraste, hecho por Zweig, entre Lutero y Erasmo. Lutero aparece como la bestia negra, la energía, el mal; en tanto que Erasmo es el ser débil, enfermizo, sin ánimo ni ganas para la lucha, pues la sabiduría no necesita de la violencia.
-Y usted ve en eso, corríjame si me equivoco, el contraste del intelectual con la fuerza bruta, es decir de Zweig con Hitler. Sí, tal vez tenga razón en un primer momento, pues el señor Zweig escribe la biografía en 1938, durante la guerra civil española, y un año antes del inicio de la II guerra mundial, cuando todo estaba ya anunciando lo peor. ¿Es así?
-Sí, así es.
-¿Y no le parece a usted una terrible osadía comparar, aunque no se haga de forma explícita, a Lutero con Hitler?
-Tal vez lo sea. Pero tenga en cuenta que Zweig, practicante o no, era judío; que Lutero se jactó de tener las manos manchadas con la sangre de los campesinos y, sobre todo, con la de Thomas Müntzer; y que esto no casa muy bien con quien quiere reformar el cristianismo.
-De lo cual se deduce que se quiera reformar lo que se quiera reformar, el camino no es el de la violencia, al menos entre los cristianos.
-Efectivamente. Y es así donde adquiere todo su sentido la famosa frase de Erasmo: Dulce bellum inexpertum. Si me permite una licencia, yo traduciría inexpertum por necio.
-Sí, se la permito. Yo también lo traduciría así: sólo al necio le complace la guerra. Pero no olvide, querido amigo, que de necios está lleno el mundo.
-Lo sé: omnium malorum stultitia est mater. La necedad es la madre de todos los males, dice Erasmo.
-¿Y qué es la necedad? ¿No es esta relativa? ¿No le parece a usted una enorme necedad todos los intentos de Erasmo por olvidar y hacer olvidar sus orígenes, a su familia?
-Hoy en día podría parecerlo. Pero ser hijo de un clérigo en aquellos tiempos, ser bastardo, podía cerrarle muchos caminos y poner en entredicho su persona.
-¿Y eso le parece cristiano? ¿Le parece a usted que está bien que la Iglesia cierre el paso a los bastardos?
-Le diría que es consecuente con la Biblia, con el famoso Pecado Original: ¿qué culpa tengo yo de los errores de mi padre? ¿Por qué me tengo que bautizar? Sin embargo, la Biblia acepta este pecado que pasa de padres a hijos. En consecuencia, también tiene que pasar el de la bastardía.
-¿No le parece a usted que nos estamos desviando del asunto? ¿Qué tiene que ver esto con Erasmo?
-Se está usted sonriendo, Azorín. Tiene mucho que ver, y usted lo sabe... Muchas veces he sospechado que Erasmo, en el fondo, no era creyente. ¿Cómo una persona inteligente como él se podía creer todas esas patrañas de la redención?
-¿Quiere usted decir que crucificando a un tercero, Erasmo hubiera quedado curado de su bastardía?
-¡Dios mío, Azorín! En la Edad Media estaríamos ya sobre una pira y rodeados por hermosas llamas.
-Sí, querido amigo; pero los tiempos cambian que es una barbaridad, ¿no le parece?
-Es posible. ¿Sabe? Usted y yo somos erasmistas sin saberlo. Estamos aquí en nuestro retiro dedicados a los libros, a la lectura, a la contemplación y a todo aquello que hubiera deseado el bueno de Erasmo.
-Tal vez. Pero ni usted ni yo publicamos nada, ni queremos incidir en el mundo, o en la religión, ni corregir errores. Ignoro si hubiera sido esto lo apetecido por Erasmo. Además, no hay ninguna guerra en lontananza.
-No estoy yo tan seguro de eso. Otra cosa en la que insiste Stefan Zweig, y que también le sirve para marcar la diferencia con Lutero, es que Erasmo, según él, es el primer europeísta: Europa es un concepto moral, que permanece unido gracias al latín y a la religión. Lutero descarga su puño de hierro, le gusta la imagen a Zweig, sobre tan frágil entramado: vierte la Biblia al alemán, y rompe con Roma. Se desgaja Europa.
-Se le ha olvidado añadir una cosa importantísima: Erasmo fue una persona itinerante. Jamás vivió en un único sitio. No echó raíces más que en los libros y en alguna que otra imprenta. Comprenda usted que es muy difícil vivir así para el común de los mortales. Y su latín, como el de todos los humanistas, ¿no le parece un latín artificial, sin arraigo?
-No lo sé. Lo que lamento, en serio, es haber recibido una educación tan fragmentaria, una educación que no me permite leer a Erasmo en latín.
-Ahí tiene uno de los grandes fracasos de Erasmo: las lenguas romances están tomando mucho impulso. En España tenemos, en aquel momento, a los hermanos Valdés, Garcilaso de la Vega... nadie escribe en latín.
-Considerando las cosas de esta forma, ¿no le parece a usted que vamos en sentido contrario?
-Sí, desde luego: partimos del Imperio Romano, llegamos al nacimiento de las naciones, y terminamos como Dios nos da a entender. Pero cada vez más fragmentados y compartimentados, con una Europa y una unidad cada vez más lejana, dísgase lo que se diga.
-¿Sabe de quién me ha acordado leyendo las biografías de Erasmo, la de Zweig sobre todo?
-Me imagino que de infinidad de personas. ¿Cómo lo puedo saber?
-Tiene usted razón. Me he acordado de don Juan Valera. No hace mucho leí un libro suyo titulado Meditaciones utópicas sobre la educación humana.
-Recuerdo que hablamos de él. Creo que hizo usted una crítica del mismo diciendo que muchas de las afirmaciones de Valera han quedado obsoletas.
-Sí, me dijo usted que todos tenemos que pagar tributo a nuestra época. Pero Valera también dice otras cosas que no han quedado anticuadas, por desgracia. Y que son verdades proféticas. Erasmo me ha hecho recordarlas. Dice en las Meditaciones: “El afán de singularizarnos, el empeño de distinguirnos, se sobrepone a todo y raya a veces en la locura. Lejos de propender las gentes a tener un idioma universal, tal vez por orgullo desentierren antiguos idiomas que para las ciencias y las letras estaban muertos o, por lo menos, jubilados. Más de temer es el cisma que de una nacionalidad o casta puede producir tal capricho que la disolución de la nacionalidad misma porque se confunda y esfume en otra nacionalidad más amplia.
-Sí, todo esto está muy bien, querido amigo; pero creo que los nacionalismos componen un movimiento imparable.
-Lo cual explica, entre otras cosas, que Erasmo haya sido arrumbado. Y hay algo de ejemplar, de muy ejemplar, en su vida. No creo que Erasmo fuera un cobarde o un pusilánime. Pocas personas han trabajado tanto como él por la cultura. Y a política y la cultura no se llevan muy bien que digamos.
-Yo creo que toda su vida es ejemplar. Tampoco yo estoy de acuerdo con la famosa cobardía de Erasmo. Erasmo era un filólogo, un amante del latín y del griego. Conocía la mitología. Y tal vez pensara que, de haber asistido a la Dieta de Worms, o a la de Ausburgo, se hubiera convertido, en persona, en lo que ya era como intelectual: en la imagen de Casandra revivida. ¿Para qué advertir sobre la guerra de Troya cuando la gente quiere matarse ante sus muros? ¿No le parece?
-Estoy con usted, Azorín. A Erasmo le gustaba la soledad, pero no vivía aislado. Insiste Zweig en que Erasmo se rinde al saber, al espíritu: Carlos V le recoge un pincel a Tiziano; el Papa Julio II abandona la Capilla Sixtina expulsado por Miguel Ángel; y todo el mundo desea tener una carta de Erasmo. Pero todo esto, sin embargo, va a cambiar de forma radical. Y Europa se enciende con guerras de religión y de todo tipo.
-¿Sabe, querido amigo? Le voy a decir más cosas que, en la Edad Media, nos hubieran llevado a la hoguera: en la Dieta de Worms quien debía haber asistido, haber entonado un mea culpa y actuado en consecuencia, tenía que haber sido el Papa. Hubiera evitado mucho derramamiento de sangre... En España se escribe Lázaro de Tormes, que contiene, como sabe, acerbas críticas a la Iglesia, y la respuesta es el Índice. Y el anonimato, pues el autor no se atrevió a firmarlo, huyendo, sin duda, de los calurosos honores que le esperaban.
-Sí. Coincide, a bote pronto, con los años en que se prohibe a Erasmo en España.
-Efectivamente: no es nada grato aquello suyo de Monachatus non est pietas. De donde se deriva el famoso refrán que, un hombre como usted, conocerá sin duda: “Quien no ama a Erasmo o es fraile o es asno.”
-Sí, lo conocía. ¿Ha visto usted el grabado del libro de Bataillon? Me refiero a ese que cayó en manos de un censor español: igual que hace un alumno de la ESO con la fotografía de un profesor que lo ha suspendido, está lleno de tachaduras, con un ojo entintando...
-Sí, lo recuerdo. Y eso me ha hecho recordar que cuando comienza la Contrarreforma, en algún convento de Andalucía, los frailes vivían con mujeres en dicho convento, cada uno con la suya. Creo que Cisneros los obligó a abandonarlas, y entonces se pasaron a Marruecos, se convirtieron al Islam, y siguieron todos juntos.
-El triunfo del amor. Se podían haber exclaustrado. Aunque tal vez eso, en aquellos años, fuera excesivamente lento y complicado, si es que se podía hacer.
-No lo sé. Pero seguro que había otras formas de escapar y salir con bien. O aceptar el matrimonio de los sacerdotes, como proponía Lutero. Recuerde usted que, gracias a los procesos inquisitoriales, sabemos que la gente se separaba y se volvía a casar: sencillamente abandonaban a la mujer y se iban a otro pueblo. Sin papeles ni documentos, uno tenía la oportunidad de ser lo que deseaba.
-Sí, pero por lo que cuenta, cayeron en manos de la Inquisición.
-Algunos, querido amigo, algunos; no todos. Aunque el brazo de la justicia siempre ha sido largo. Y terrorífico.
-Con los débiles. Y más el brazo de la justicia eclesiástica. Pero volviendo a nuestro tema: también habla Zweig de que Erasmo, en sus críticas, acentúa que el mantenimiento de las formas externas, en la religión, no constituye la esencia de esta, ni mucho menos.
-Eso es lo que, entre otras cosas, lo va a hacer atractivo para nuestro país, lleno de conversos, cristianos viejos, marranos, judaizantes e inquisidores.
-¡Qué terrible! Si una persona no se convertía al cristianismo era perseguido, y si lo hacía era un marrano con nulos o escasos derechos.
-El fracaso de Erasmo, querido amigo, el fracaso de Erasmo. O mejor dicho, el fracaso de una época, porque hacerle cargar a él con todo esto por no haber asistido a ambas Dietas me parece, cuanto menos, una terrible hipocresía.
-A veces, Azorín, cuando acusan a Erasmo de cobarde o pusilánime, me pregunto si quien hace esta acusación se ha preguntado, a su vez, si a Erasmo le interesaba la acción. Zweig dice que de haber sido más audaz, Erasmo hubiera podido llevar a cabo una reforma, pues lo seguía mucha gente.
-Eso, querido amigo, es hacer cábalas. Quien tenía que haber tomado conciencia de la situación, haberlo oído y seguido, era la Iglesia, el Papa y el clero. Pero tal vez había ya demasiados intereses de por medio. Y estos primaron sobre las enseñanzas de Cristo.
-En tanto leía la biografía, y ya que estamos hablando del fracaso, también me he acordado de san Francisco de Asís: este también fracasó estrepitosamente.
-Pues claro, querido amigo, igual que Jesús y Erasmo. ¿Y por qué? Por exigir demasiado.
-En eso tiene usted razón: todo lo que salga del planteamiento de tenerlos encerrados en un aula, y de elevar el nivel de exigencia, está destinado al fracaso.
-Efectivamente. Ya tenemos la fuente ante nosotros. Pero me gustaría, con su permiso, seguir hablando de Erasmo. Hay muchas cosas que se nos han quedado pendientes. Aunque me temo que no lo agotaremos. ¿No le parece?
-Estoy convencido de ello. Pero aún así creo que vale la pena que sigamos dialogando sobre él. ¿Sabe que en la catedral de Mallorca hasta hace poco tiempo colgaban de sus muros la lista de todos los judíos de la isla?
-Seguiremos con Erasmo. Forma parte de nuestra historia. Y nosotros no tenemos nada que temer.
Hacía una mañana espléndida. El sol ya se anunciaba por encima de las azuladas montañas. Bebió agua Azorín, un ritual que le encantaba y al que no quería renunciar, y emprendimos el regreso al pueblo. Ambos íbamos meditando sobre Erasmo y una parte de nuestra historia.

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