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viernes, 25 de mayo de 2012

BELISARIO CARRANZA, por Miguel Ábalos, de Montevideo, Uruguay


Había nacido en Merlo, al Norte de la provincia de Buenos Aires. Recordaba los primeros años de su vida como los más hermosos por el cariño de su madre; ella veía en él lo mejor que le había dado la vida.
Su padre en cambio fue duro, casi insensible, su único mérito fue aportar algún dinero para la casa. Por lo demás, la mayor parte de las noches llegaba borracho, a golpearlos a los dos.
Gracias a que la madre trabajaba, a Belisario no le faltaba nada. Pero un día, cuando tenía 12 años, ella  -joven aun-  se enfermó, y en dos meses se marchó de este mundo, dejándole un gran vacío.
Su padre le brindó un poco de atención por unos meses, pero poco tiempo después trajo a vivir a su casa a una mujer más joven que él. A partir de ese momento, la vida de Belisario se convirtió en un tormento por el maltrato de la mujer... con la complicidad de su padre, que nada hacía por defenderlo.
Cuando tuvo 15 años, tomó la decisión de escaparse de esa casa que ya no sentía suya. Sin su madre, ya no había motivo para vivir ahí. Juntó la poca ropa que tenía y se marchó a la ciudad de Buenos Aires con dos amigos que sufrían algo parecido. Y pudo sobrevivir a todos los problemas que tiene la calle, para adolescentes de esa edad.
En el año 69 lo conocí. Él tenía 26 y yo 38. Había viajado a Montevideo con una chica de 16 años, hija de un fuerte empresario argentino y éste, creyendo que su hija había sido raptada, había hecho la denuncia a INTERPOL y a su vez viajó a Montevideo con policías pagos por él, porque se sospechaba que habían cruzado el río.
Pero la historia era otra. Alicia, que así se llamaba la chica, había conocido hacía algún tiempo a Belisario en uno de esos tantos boliches de aquel Buenos Aires, donde estaban en onda los hyppies. Y sabiendo que su padre se iba a oponer a esas relaciones, decidió escaparse con su novio para Montevideo.
Nunca supe cómo habían ingresado, teniendo en cuenta que ella era menor y no tenía permiso de Migración. Cuando los medios de comunicación de Montevideo informaron que estaban requeridos por la policía, ellos se presentaron ante las autoridades y Alicia declaró que había viajado por su propia voluntad y que Belisario no había influido en su decisión.
David W. tuvo que aceptar  -no de buena gana-  que esa hija para la cual deseaba un marido con una firme y abultada cuenta corriente, se había enamorado de un don nadie sin ningún futuro. Para David, lo más importante en esta vida, era una buena posición económica. Lo demás, era secundario.
Y ahí estábamos, en el boliche Alhambra, en Juan Carlos Gómez y Sarandí, donde a principios del siglo XX había un hotel con el mismo nombre. Hoy es uno de los tantos locales de comidas al paso "La Pasiva" que hay en la ciudad.
Allí estaba David resignado junto a su esposa Mary, Alicia, Belisario y yo. Belisario Carranza, a primera vista, me pareció un extraño personaje. Simpático, cordial, sin arrogancia pero con un dejo de seguridad que se notaba. Era entendible que todo ese despliegue realizado por David en busca de su hija, lo hubiera molestado.
Alto, rubio, pelo largo, barba, cuidadosamente arreglado, camisa y pantalón vaquero marrón claro y botas cortas también marrones. Alicia era una hermosa chica, como escapada de alguna revista de modas o un cuento de hadas. Pelo largo, blusa ajustada, pollera minifalda y botas.
Una semana después se casaban en una sencilla ceremonia; no tanto por ellos sino para la tranquilidad de David, que terminó aceptando  -sin comprender-  que el verdadero amor está por encima de todo nivel económico y no sabe de finanzas.
Belisario era un excelente artesano, capaz de convertir las chapas en anillos, collares, portátiles, o cualquier creación de hermosas piezas de gran valor artístico. Estudiaba Sicología, junto con Alicia.
En poco tiempo hicimos una linda amistad. Muchas tardes y noches nos encontrábamos en su bulín de Guayaquí y Canelones, a charlar mientras él trabajaba. También lo veía en Punta del Este, donde vendía sus trabajos en la Plaza de los Artesanos. Siempre lo acompañaba Alicia, a ella no le importaba que hubiera mal tiempo, ni el volumen con que su pancita crecía.
A principios del 71, nacía su hijo en la mutualista Española. Ahí me dirigí esa tarde a darle un abrazo. Al ver al flamante padre, casi no lo reconocí. Mi sonrisa, si bien era de alegría, también lo era de sorpresa.
No lo podía creer. Su aspecto era otro, se había afeitado y cortado el pelo. Si bien tenía vaquero azul, estaba con zapatos, un saco sport azul, camisa y corbata. Lo saludé dándole un abrazo y mis felicitaciones.
-Me costó reconocerte - le dije-, sin barba, con el pelo corto y así vestido, parecés otro tipo.
-No te rías de mí, veterano - nunca me llamó de otra manera -. No podía esperar a mi hijo de otra forma que no fuera ésta. Él después habrá de elegir cómo vestirse.
Belisario era profundamente sensible y con un rico mundo interior que lo hacía distinto a la mayoría de los humanos.
-¿Qué nombre pensaste para él?,  -le pregunté-.
-Lo vamos a llamar Inti, rey del sol.
A partir de ese momento, Alicia dejó de acompañarlo a su trabajo y sus viajes, permaneciendo en su casa con el niño. Era comprensible, y todo aparentaba estar en orden... pero en menos de un año, algo pasó. Se separaron, y ella volvió a Buenos Aires con el pequeño Inti. Belisario anduvo a la deriva muchos meses, quebrado anímicamente por lo ocurrido.
Lo que provocó la separación fue inesperado, muy fuerte, hasta para mí. Belisario había viajado a Porto Alegre a una gran feria artesanal. Como las ventas no le resultaron muy buenas, regresó antes de la fecha prevista. Entró a su casa y encontró a su mujer acompañada de un artesano conocido... en el dormitorio... en una situación de las que no se pueden justificar de ninguna manera.
Nadie puede estar preparado para golpes como ése, y estando tan enamorado... menos aun. Trató de serenarse y tomarlo con la calma que puede ser posible para una situación semejante. El intruso se asustó, pensando lógicamente en la actitud que pudiera tomar Belisario. Pero él, con una serenidad increíble, sólo le dijo:
- Contigo no tengo nada, vos entraste porque te abrieron la puerta. Vestite, si querés te cepillás los dientes, y después te vas.
-¿Por qué le dijiste que podía cepillarse los dientes? - le pregunté extrañado -.
- No tengo la menor idea, veterano. Fue lo que me salió, no estaba para pensar. Debe ser porque es lo primero que me gusta hacer a mí cuando me levanto de la cama.
La vida de Belisario continuó, pero todo fue distinto. Había recibido un golpe bajo muy fuerte del cual no le fue fácil salir. Estaba quebrado. Traté de acompañarlo; mi presencia silenciosa podía ayudarlo mucho más que las palabras que pudiera decirle. Nadie más que el tiempo es capaz de mitigar - y en parte - el dolor de alguien que lo apostó todo a un amor... y perdió.
Las hojas del almanaque siguieron cayendo y llegamos al año 73, cuando este país - sobre todo la ciudad de Montevideo - era un verdadero polvorín. Era muy difícil transitar por la capital sin ser interceptado por militares armados a guerra.
Todos los que tienen mi edad y también un poco menos, saben lo que significaron esos años. Pasaron cosas fuleras a todo nivel. En algún barrio y por una tonta discusión, a un vecino se le ocurría denunciar al otro a los militares como Tupa, creándole serios problemas. Fueron tiempos de vale todo, donde más de una de esas denuncias falsas costó una vida. Lo cito como ejemplo, para las generaciones que no lo vivieron.
Yo compartía muchas horas en la casa de Belisario viendo como trabajaba la chapa haciendo piezas muy bonitas. No le gustaba hablar de política. Pero recuerdo una noche, después de comer unos tallarines nos quedamos mano a mano frente a una botella de vino tinto, que era el que más nos gustaba. Entonces lo escuché dar su opinión:
- Los políticos –decía - engendran violencia con sus injusticias y su corrupción, fabrican anarquistas. Ellos son los únicos culpables de que hoy estemos sufriendo una dictadura. 
El político triunfa si no tiene corazón ni escrúpulos. Todo lo que tiene que hacer es conocer bien al ser humano para aprovechar sus debilidades y sus necesidades. Lo que cuenta es el éxito, a cualquier precio: traicionando, explotando, mintiendo. Si un político es honesto, ese grave defecto lo habrá de llevar al fracaso irremediable y a ganarse el odio de sus pares... y en algunos casos, hasta puede llegar a perder la vida misteriosamente. 
Nos pide el voto para conseguir un empleo de abultadísimo sueldo. Ese simpático señor que sonríe permanentemente - nunca sabremos por qué - en las campañas políticas, se entrega en fuertes abrazos con todo quien se cruce en su camino sin importarle si es viejo o joven, negro o blanco, limpio o sucio, sano o enfermo, honesto o ladrón... Todos son sus amigos, correligionarios o compañeros. 
Una vez cada cinco años deja de lado su clasismo y su racismo para salir a la caza del poder, compitiendo con sus contrincantes de turno en la consabida batalla recíprocamente desleal... Y el más hábil en su embuste, ganará. Una vez en el poder, quien prometiera ser honesto administrador de los bienes del contribuyente, se convierte en "dueño absoluto de la empresa" y comienza a repartir nuestro dinero de la forma más favorable a sus intereses...
Más o menos así funciona el sistema. A esa altura, a los pobres - impotentes y hambrientos - tanto les da vivir o morir. Las Naciones Unidas pregonan los derechos humanos y la mayoría de las personas en el mundo sólo tienen el derecho de ver, oír, callar... ¡y soñar...!
En ese momento no sabía que Belisario Carranza formaba parte de un comando del MLN (Movimiento de Liberación Nacional). Lo supe mucho después, cuando una noche llegó hasta donde yo vivía.
- Mirá veterano – dijo - de ser posible quisiera quedarme esta noche en tu casa. Hace dos días que no puedo ir a la mía, está vigilada; por lo tanto estoy sin dormir. A tres de mis compañeros los mataron y los demás están presos. Sé que es algo bastante pesado lo que te pido y tampoco voy a perder tu amistad si me decís que no. Estás en tu derecho y lo voy a entender. El que está metido en esta bronca soy yo, vos nada tenés que ver. Recurro a vos, porque hagas lo que hagas, sé que nunca me vas a traicionar.
- Quedate tranquilo, hermano – contesté - todo está bien. Vamos a comer, porque seguro debés de tener hambre. Y también tengo un vinito tinto que nos va a venir muy bien, más para esta ocasión.
Conversamos mucho esa noche, y él me contó unas cuantas cosas:
- Hace aproximadamente dos años que estoy en esto. Me tocó custodiar a Pereira Reverbel cuando estuvo secuestrado. Lo hacíamos por turnos. Al viejo le gustaba conversar conmigo, y entendía muy bien por qué había sido elegido.
Jugábamos al ajedrez y hablábamos del tema que más le gustara. Le llamaba la atención que fuéramos gente pensante e instruida. Y yo le decía que justamente, porque los poderosos nos menospreciaron tanto considerándonos cosas, había llegado la hora de hacernos escuchar.
Le molestaba que lo obligáramos a hacer dieta, pero la imponía un estado de salud provocado por todos los excesos que venía haciendo. Se lo privó de libertad, pero estuvo mejor atendido que en las clínicas privadas donde caía de vez en cuando con alguna crisis de algo. Y Adelgazó, claro, por estar alimentado como debía, y no como quería.
Si bien cuando entré al movimiento tenía esperanzas de su eficacia por todo lo que implicaba, hoy estoy muy desilusionado. Porque al principio se escuchaba la opinión de todos y se hacía lo que la mayoría decidía. Sin embrago hoy son dos o tres que toman las decisiones sin consultar con nadie y nos dan órdenes como si fuéramos milicos. Tal vez me equivoque, pero si alguno de éstos llega al poder, se van a transformar en otra cosa que va a estar muy lejos de ser "lo mejor para todos".
En la Argentina hasta hoy, ningún presidente elegido por el pueblo pudo completar su mandato porque siempre fue cortado por un golpe militar. Paraguay tiene a Stroessner como dictador, Chile a Pinochet, Brasil también con militares en la cúpula, y ahora, Uruguay. Van a ser años duros para América Latina y todo con el consentimiento del amo del planeta, Estados Unidos.
Al día siguiente, después de darme un abrazo me dijo:
- Gracias, veterano, no sé si nos volveremos a ver, espero que sí. Pero sigo pensando que algún día el sol habrá de salir para todos.
Así se marchó. Después, cada vez que viajé a Buenos Aires me encontré con él. Sabía dónde buscarlo allá. Una vez fui de visita en lo de David y Mary, y casualmente, Belisario también estaba. Iba seguido a ver al pequeño Inti.
Ya en el 74, nuestro encuentro fue diferente. Fuimos a un boliche.
- Parece que ni los milicos argentinos ni los uruguayos me tienen fichado - me dijo - porque hasta ahora, no me han molestado. Es evidente que mis compañeros no me nombraron en los interrogatorios... a pesar de la tortura.
Ahora tengo otro problema que parece más serio para mi futuro. Me van a operar de un tumor testicular, el médico no me quiso adelantar nada. Será en el Hospital Alemán mañana por la mañana.
Yo lo escuchaba con atención y lo notaba mucho más preocupado que la noche aquella que había estado en mi casa.
- Cuando te despiertes de la anestesia me vas a ver ahí - le dije -.
- Gracias, veterano, sos un amigo. Te confieso que estoy más preocupado que cuando tenía que esconderme de los milicos.
Al día siguiente, después de la operación, yo me encontraba a su lado junto a Mary, su ex-suegra, que por ese entonces le había tomado cariño y valoraba el buen ser humano que era. Además, era el padre de su primer nieto varón.
Él estaba aparentemente bien y lentamente se iba despertando de la anestesia. De pronto se acercó una enfermera solicitando la presencia de algún familiar o amigo a pedido del médico. Mary me hizo una seña para que fuera yo, y así lo hice. El médico me pidió que me sentara. Supuse en ese momento que algo no estaba bien. Si me había invitado a conversar, seguro que no era para darme buenas noticias.
- ¿Es usted familiar de Carranza? - preguntó, a lo que respondí que era un amigo -. Bueno, de todas maneras, está bien. Quería informarle que si bien la operación salió bien y en pocos días va a estar caminando sin ninguna dificultad, su problema es muy grave. Le encontramos cáncer y está disperso por todo su cuerpo. Ya nada se puede hacer.
No podía dar crédito a lo que mis oídos habían escuchado. Quedé unos segundos como petrificado, mirando al médico sin verlo. Quise creer con toda mi fuerza interior que no había escuchado bien y lo que me había dicho el médico era algo totalmente diferente. El médico, que me observaba concentrado, casi adivinó mis pensamientos, y dijo:
- Así es, no lo voy a engañar, quiero que usted lo sepa y además, creo que él también debe de saberlo para que haga de su corto futuro lo que más desee hacer.
- ¿Cuánto tiempo le queda, doctor? – pregunté -.
- A lo sumo, tres meses. Le voy a ordenar quimioterapia pero ya no le puede hacer nada, es simplemente sicológico.
Me quedé unos segundos sentado en silencio, como tratando de reaccionar de lo que había escuchado. Después me levanté, saludé al médico y me retiré.
Mary, al verme llegar, leyó mi rostro. Pocas veces pude ocultar mis estados emocionales. Preferí quedar en silencio, miré a Belisario que estaba con los ojos abiertos y casi pude escuchar su pregunta sin oír su voz, sus ojos me la hacían.
Me senté junto a él, al lado de la cama. Me miró, estiró su mano, la posó sobre mi brazo y dijo mirándome fijo a los ojos:
- Veterano, ¿qué te dijo el médico? ¿cuánto tengo de vida? Quiero saber, para pensar qué quiero hacer.
Hice una larga pausa, tratando de contener mi angustia. Pero no pude, hice una mueca de dolor y mis ojos se llenaron de lágrimas. No podía creer que alguien como Belisario y con tan sólo 30 años, tuviera que morir. Estaba en la mejor etapa de la vida. Y a mi mente, afloró el eterno e inexorable ¿por qué? ¿Por qué el destino lo había marcado a él, y así porque sí, de un plumazo, lo sacaba de este mundo?
Fueron unos segundos que me parecieron eternos. Y Belisario sereno, me siguió mirando esperando mi respuesta que había quedado en suspenso, perdido en ese espacio que marca la vida y la muerte.
- Tres meses - balbuceé entrecortado -.
- Está bien, veterano, quedate tranquilo. Yo ya sospechaba algo así. Cuando pueda levantarme, que será entre dos o tres días a más tardar, comenzaré a vivir de manera que cada minuto sea un placer. Y haré todo lo posible para que la parca no me encuentre en la cama. ¿Sabés una cosa, veterano? A la cama siempre la usé para dos cosas: una, para dormir, que significa descansar. Y la otra, para estar con una mina. Y por lo que te conozco, estoy casi seguro que vos pensás igual.
Me sonreí, era una forma de decirle que había acertado. En estos casos, a los que nos toca vivir algo parecido, quisiéramos frenar el tiempo para que se desplace lo más lento posible. Pero ocurre todo lo contrario. Nos parece que pasa más rápido que de costumbre. En ese tiempo comencé a viajar más seguido a Buenos Aires y compartí más tiempo con Belisario.
La última vez que lo vi fue en el verano del 74. Era un sábado a las 2 de la tarde, en la plaza Francia, donde los artesanos de aquellos años exponían sus trabajos para la venta. Esa tarde puede haber sido la más calurosa del año, había más de 35 grados a la sombra. El poco aire que circulaba era quemante. Busqué a Belisario entre los muchos artesanos. Hacía más de 20 días que no lo veía. Lo encontré sentado en el pasto, con su espalda recostada a un añejo árbol que le brindaba su sombra.
Me costó reconocerlo, tenía una espesa barba y denunciaba una extrema delgadez. Pero mi mayor sorpresa fue verlo con un negro y largo sobretodo que apretaba contra su cuerpo y aún así, sentía frío. Me miró casi sin verme. Sus ojos tenían un extraño brillo y su rostro se dibujaba una rara sonrisa que más se parecía a dolor. Me senté a su lado en silencio, como acompañándolo en ese camino que estaba recorriendo hacia el infinito. Pocos días después murió.
Poco después, Alicia contrajo matrimonio, esta vez con alguien del agrado de sus progenitores: un joyero judío. Se llevó a Inti a su nuevo hogar, y ambos trataron de cambiar el apellido del chico por el del esposo de la madre. No lo concretaron. Nunca supe si fue por imposibilidad legal o porque desistieron del intento. Tampoco me importó preguntárselo a David o a Mary.
De este reintento de vida en pareja nació un niño, el primer medio hermano de Inti. Pero quiso el destino que Alicia quedara viuda por segunda vez. En una escalinata del Subte, asaltaron al joyero para robarle su costoso reloj. Al ser golpeado resbaló y se dio contra el borde metálico de los escalones, perdiendo la vida a la misma edad que Belisario.
Una vez más, Alicia formó pareja. Se casó con un Sicólogo como ella, con el que también tuvo un hijo, el segundo medio hermano de Inti. No supe cuándo ni por qué, pero también este señor la dejó viuda.
Después, al desligarme de las personas que me vinculaban a David W. y su familia, dejé de frecuentarlos. No vi crecer a Inti, no conocí a sus medios hermanos ni sé si tiene más. Desconozco cómo fue su crianza, y qué imagen y concepto podrá tener de Belisario. Sé, por supuesto, que era demasiado pequeño para tener un recuerdo propio. Espero simplemente que el rey del Sol que le dio su nombre, lo haya guiado. Que haya sabido encaminar su vida, recomponer su historia, y - como auguró su padre cuando él nació - "Elegir cómo vestirse".
Las cenizas de Belisario tienen un lugar en el cementerio de La Chacarita y de eso se encargó David W., que terminó - aunque tarde - queriéndolo como a un hijo.
Para mí - aunque me haya explayado un poco más - esta historia terminó cuando se marchó de este mundo alguien muy querido para mí, Belisario Carranza, un amigo.

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