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miércoles, 27 de junio de 2012

PORTEÑO Y BAILARÍN, por Irene Avilés, de Buenos Aires, Argentina

A Cachito Mamone

Era el mejor bailarín de tango  que haya visto en mi vida.
Elegante y sobrio, con una estampa que deslumbraba a pesar de su físico poco acorde con los cánones de belleza masculina, lo que de ninguna manera iba en su desmedro: petiso y gordito como Virulazo, y como él  atraía y enloquecía a las mujeres.
Además era muy culto y educado, con la educación que dan los claustros y los libros. Viajado el hombre, todo un señor.
Era tan grande la admiración que le teníamos que dejábamos pasar de largo sus compadradas. Después de todo la manera de manifestarlas era inocente y llevadera: se divertía con su cinismo y a veces se servía de la ironía, ¡Y claro, lo dejaba a uno descolocado! Los muchachos eran gente simple, de barrio, lo que pasaba era que opinaban de todo, del mundo en general ¿Quién no?
Entonces él ejercía su derecho: según sus propias palabras se envilecía,  le surgía el vil de adentro y nos gozaba de lo lindo.
Muy sincero el hombre.
Hubo que rogarle mucho para que se mostrara bailando, pero una vez que empezó no pudo parar. Primero las “milongas” de los barrios, ahí  se lo comenzó a conocer y a reconocer sus virtudes  hasta que ya le quedó chico, entonces metió la cola el diablo.
La madre de él era amiga de la prima de un famoso empresario y director teatral y cinematográfico. Este señor tenía mucha banca, se codeaba con gente importante que siempre le debía algún favor.
Por si eso fuera poco, exitoso gracias a una trilogía de películas que, no solo lo sepultó en montañas de dinero sino que lo hizo conocido en todo el mundo. Además los unía el ser hijos de tanos, como el bailarín.
Y la prima le habló del bailarín, rey de la milonga, estudioso del tango y su historia, de su idiosincrasia única en el mundo, de su permanencia en un pueblo tan difícil como el nuestro, de su trascendencia en el resto del planeta. La cuestión es que entre tragos y mandanga el empresario y la prima le prepararon el debut en el Teatro El Nacional.
Fue histórico.
De allí en adelante lo tuvo todo a sus pies, pies geniales de porteño borgeano y fanático de Orlando Goñi, de Pugliese, de Troilo. A Goñi, por ejemplo, le ofrecía una misa todos los  5 de febrero, aniversario de la muerte del músico: no dejaba pasar un año.
Generoso, nos regalaba entradas de primera fila para verlo en acción.
Era todo un espectáculo: como le gustaba hablar solía parar la orquesta y deleitarnos con sus anécdotas que casi siempre dejaban confundido al público: no sabíamos si nos reíamos de lo que él decía, o él se reía de nosotros.
Solía terminar sus monólogos dando media vuelta y comenzando a silbar bajito los primeros acordes de un tango para dar pié a la orquesta.
No lo paró nadie.
Aclamado en Paris, en Madrid,  Nueva York, Tokio, toda Alemania, Italia donde lo consideraban uno de ellos, a tal punto que de la mano del director italo-argentino fue nombrado miembro de honor de la maffia.
En Calabria de donde era oriundo el padre del bailarín, los parientes le ofrecieron un recibimiento como nunca se vio. Un tío de él filmó toda su permanencia en el pueblo de sus ancestros, incluida una procesión de la virgen del lugar, filmación digna de competir con cualquier película de De Sica o del director de la trilogía mencionada.
Nosotros seguíamos sus éxitos con alegría, nos sentíamos un poco hacedores del gran bailarín.
Entonces me llegó la carta.
Adentro del sobre también había un pasaje. Me invitaba a una función de gala en la ópera de Palermo, en Sicilia, donde se despediría del público italiano y europeo.
Después, decía que pasearíamos un poco para luego volver a Buenos Aires, de donde faltaba  hacía más de un año.
No solo me puse contento, estaba orgulloso de ser  el elegido entre todos sus amigos y parientes para recibir tal halago. En su carta manifestaba que entre sus conocidos solamente yo le daba la satisfacción de sentirse comprendido, decía que conmigo podía tener conversaciones inteligentes, interesantes, y eso no abunda.
Cuándo llegué faltaban quince días para la función, así que tuvimos tiempo de sobra para recorrer el sur de Italia y sobre todo conversar tupido.
Ahí fue donde me le animé.
Un día que estábamos tirados en la playa de Taormina se lo pregunté, con un poco de temor a su reacción, pero lo hice.
¿Porqué bailaba solo, porqué negarse una compañera para un baile que nació de a dos?
El era tan genial que nadie parecía darse cuenta que algo faltaba pero yo necesitaba saber el motivo.
El silencio duró tanto que sentí miedo, pensé que con el movimiento de un dedo suyo yo podría quedar tirado muerto en esa arena, y enterrado en ella.
Pero no, de repente le escuché decir - ¡Me enriedo, me ponen una mujer enfrente y me enriedo! yo nací para bailar solo y no es egocentrismo, ni egoísmo ¡ La mujer en el tango es un error, y sino ¿Porqué nadie se dio cuenta que bailo solo salvo usted, amigo? Acuérdese que fue una danza que empezó a bailarse entre hombres – me contestó con el gesto convencido.
-¡Que lástima, lo que me gustaría verlo bailar con una buena tanguera! – le manifesté ya  aliviado.
No se habló más del asunto, pero desde ese momento lo invadió un talante taciturno, estaba pensativo y como en otro lado.
El día anterior a la función me lo dijo.
Nadie iba a decir de él que no se le animaba a una mujer en el tango, mañana bailaría con Violeta Hortensia. Dijo que hizo de tripas corazón y venía ensayando fuerte.
Se jugaba su Ego.
Pero la amenaza fue muy rotunda, si se enredaba con la mujer habría  suicidio.
La Opera de Palermo se vino abajo, el público aullaba, aplaudía, pataleaba, ¡Lo hizo como los dioses!
En el camarín mientras se cambiaba para irnos a festejar el éxito lo vi tan feliz ¡Lo había logrado!
Cuándo salimos la escalinata del teatro estaba invadida de periodistas y fotógrafos, era una adoración y un éxito total.
Pero no se lo perdonó.
Cayó bañado en sangre sobre los escalones del regio teatro.
Solamente yo vi huir a la prima del director de cine empuñando una escopeta, la infeliz vivía soñando que algún día bailaría  con él. La había traicionado y la maffia no perdona.

3 comentarios:

  1. Un relato muy ameno, con un final estupendo. Hay códigos que no se traicionan. Por cierto, ya hay una traición previa (obviando la del final, el ajuste de cuentas), el dejar de bailar solo, es una promesa que terminó por quebrar. Digo; la gracia de sus movimientos, son naturales en él por ese mismo principio como si fuera un don y cito; "Hubo que rogarle mucho para que se mostrara bailando, pero una vez que empezó no pudo parar. Primero las “milongas” de los barrios, ahí se lo comenzó a conocer y a reconocer sus virtudes hasta que ya le quedó chico", también en: "¡Me enriedo, me ponen una mujer enfrente y me enriedo! yo nací para bailar solo", "Acuérdese que fue una danza que empezó a bailarse entre hombres"
    Mientras que si bien fue un éxito esa última presentación (la traición) fue forzada no verdadera cito: "mañana bailaría con Violeta Hortensia. Dijo que hizo de tripas corazón y VENÍA ENSAYANDO FUERTE."
    No merecía otra cosa que la muerte.
    Excelente, fascinante y felicitaciones por un elaboradísimo y refinado relato.

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  2. Muchas gracias, querido amigo Luis Rodríguez, por haber disfrutado y desmenuzado tan bien este excelente cuento. Irene Avilés es una fina pluma que hace tiempo tenemos el placer de tener entre nuestros colaboradores. El cuento está basado en parte en un amigo común mío (Carlos) y de la cuentista que a la sazón es mi madre!! Y realmente este porteño y bailarín era un tipo genial, pero cuando quería era vil, aunque la persona más querible de esta tierra. Abrazos. Carlos Nahas

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  3. Realmente interesante los datos que acotan y su contacto con la realidad. La sentencia de "no merecía otra cosa que la muerte", es una resultante de mi lectura, siempre teniendo en cuenta y siguiendo la línea de ficción. Repito que es absolutamente fascinante el relato y nuevamente felicitaciones a la autora.

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