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viernes, 3 de agosto de 2012

CARTA ABIERTA A UN AMIGO AUTOMARGINADO, por Vicente Adelantado Soriano, de Valencia, España


El hombre ha de ser dócil y sumiso, y cuando está sobre todo en la clase de los súbditos, ¿qué quiere decir esa petulancia de juzgar a los que nos gobiernan? ¿No es esto la débil y mezquina criatura pidiendo cuentas a su Criador?
Mariano José de Larra, Lo que no se puede decir, no se debe decir.

Mi querido y recordado amigo: quisiera tener ahora la inteligencia de Larra, el buen hacer de Bécquer, la visión de Pérez Galdós, o el dominio y conocimiento de Azorín para darte cuenta de cuanto sucede y acaece por esta ciudad, que, hace años ya, abandonaste por propia voluntad. Pero no puedo hablar de teatro porque no lo hay; menos existe la ópera o la música, o cualquier movimiento relevante de cultura. La edad media y la poesía no le interesa a nadie. Y hablar de política es hablar de los sastres. Y ya sabes la fama de que han gozado estas personas en nuestra literatura áurea. No obstante, y ya que has tenido la deferencia de escribirme, y debo contestarte, siquiera por educación, de algo tendremos que hablar. Si estuviéramos cerca podríamos hacerlo con los ojos; pero en la distancia no sirve esta forma de comunicación. Como dijo alguien, nos queda la palabra. Recurramos a ella, aunque muy poco haya que contar. No es este el siglo de los Episodios nacionales, desde luego, aunque no por ello es menos desgraciado que aquel.
Ya sabes que yo soy de pueblo. Y si no hay peor inquisidor que el judío converso, por la misma razón se puede decir que no hay más ardiente enamorado de la ciudad que quien vino de la dehesa,  y jamás perdió el pelo de la misma. Esta ciudad, que a ti te parece bulliciosa, horrible y llena de gente, a mí se me quedaba pequeña. A menudo he maldecido a mis padres por no haber emigrado, puestos a ello, a Madrid, Barcelona o París. Allí tendría teatros, óperas, conciertos, monumentos, museos, actividades culturales. Aquí no hay nada. Esto es un páramo. Sólo, de vez en cuando, proyectan alguna película medianamente buena: el cine no da para más. Es una industria, una factoría, como dicen los periodistas del día; y, lógicamente, quiere obtener ganancias haciendo que fluya a las salas el máximo número de personas. Por eso mismo el cine no puede nunca ser bueno, o tener una cierta calidad o un mínimo de interés. Ya lo dijo Pérez Galdós, aunque él hablaba del teatro: si el drama es muy elevado o vanguardista, el patio de butacas bosteza y se aburre. Como Dédalo hay que mantener un vuelo intermedio entre el mar y el sol. Aunque últimamente, dado los bajos niveles en el sistema educativo, todo se acerca más al limo que al astro rey. Y así cuando se habla de cine, se habla de recaudación, de miles de espectadores, de pérdidas y de ganancias; y rara vez de calidad. Últimamente cine y teatro, cuando lo hay, se han convertido en bromas y más bromas sobre él mismo o sobre cuatro efímeros famosillos por cualquier memez. Es un humor blando, absurdo y del momento. Ni tiene vinagre, ni acidez, ni es corrosivo. De otra forma, por supuesto, no podría obtener ni créditos ni subvenciones. Aquí no hay nada. No lamentes, pues, no vivir en la ciudad.
Como recordarás, se me pusieron los pelos de punta cuando tú y Laura, la bella Laura, me dijisteis que os ibais a vivir a un pueblo abandonado. Aunque yo también hubiera seguido a Laura al fin del mundo, me pareció una locura: sin cine, sin televisión, sin ordenadores, sin médico; y, lo que es peor, sin cura. ¿Qué iba a pasar cuando os pusierais enfermos? ¿Quién os iba a asistir? ¿Y qué iba a suceder si Laura se quedaba embarazada? Sin duda la mejor opción ha sido la que habéis adoptado: no tener hijos. Desde luego no teniendo hijos no hacen falta ni pediatras, ni maestros ni, lo que es peor, curas que los bauticen. No os podéis imaginar la cantidad de problemas que os habéis ahorrado al no tener descendencia. Eso por no hablar de cuando los hijos descubren a sus padres un tanto alegres o colocados, o se hacen mayores y comienzan a plantearse el futuro que no tienen. Y a nosotros, los padres, con la crisis y los recortes, nos están dejando ya sin hospitales. Moriremos solos y en cualquier rincón, igual que en una despoblada aldea. No lamentéis, pues, no vivir en la ciudad.
Cuando os fuisteis al tal pueblo, y durante un tiempo muy largo, os estuve criticando delante de todos los amigos y conocidos. Vuestra opción me parecía una locura, una modernez que pasaría, como pasa todo en esta vida. No obstante, han pasado muchos años, más de veinte, muchos más, y veo que todavía seguís en el pueblo, y que sois felices. Hoy me arrepiento muy mucho de haberos criticado tanto, os pido perdón por ello, y os aconsejo, por si os lo habéis planteado, que no regreséis a la ciudad: hay aquí menos vida cultural que en un villorrio; los médicos y hospitales han quedado reservados para los políticos o los reyes cazadores, que nada tienen que ver con el rey pescador; nos tenemos que pagar las medicinas; mantenemos a cuerpo de rey a una tropa ingente de políticos, asesores, agregados, burócratas y organismos que, de paso, nos han privado, con sus derroches e incompetencias, de todos los derechos que teníamos. Ahora los políticos, con profundos conocimientos de economía, están acabando con todo, recortando todos los avances sociales y fulminando el poco futuro que nos quedaba. No obstante, y según una señora, la típica Maruja metida a política, todavía el gobierno debe recortar más y más todo lo que los proletarios hemos conseguido a lo largo de varios siglos de luchas y esfuerzo. El último paso, y vamos a llegar a él a no tardar mucho, va a ser el trabajo en régimen de esclavitud, tal como se entendía en la antigua Roma, aunque yo creo, dado el nivel de latín de dicha señora, y de otros políticos de su caletre, que a la esclavitud que nos quieren llevar, con el inglés parece que se defienden algo mejor, es a la del siglo XIX en el sur de Estados Unidos. Pero los esclavos de ahora, nada perdura, todo cambia, no solamente serán los negros o la gente de color, sino todo el mundo, sin distinción de sexo, piel, ojos, edad ni religión. No hay nadie más tolerante que un político. Con las únicas personas que admite restricciones son con las de su misma casta. Una debilidad como otra cualquiera. Y en eso, y en mirar por su prole, se les nota que son hombres, pues si bien Yhavé mandó a su propio hijo a que lo crucificaran para redimir al género humano, los políticos a sus hijos los mandan donde la miseria y los tijeretazos no los puedan alcanzar. Insisto: una debilidad como otra cualquiera. Hicisteis bien en no tener hijos y en vivir lejos de la ciudad.
No sé si vosotros pagaréis impuestos, basura, luz y agua. Seguramente no lo haréis, puesto que no lo tenéis. Aquí al precio que se ha puesto todo, agua, luz, gas y comida, casi vale la pena no comer, no cocinar, y utilizar bujías por la noche. Creo que hasta nos van a poner un impuesto por respirar: los ciudadanos vamos a llevar un contador, insertado en el cuerpo al nacer, que va a marcar las inspiraciones y la cantidad del aire consumido. Felices vosotros que ni del aire os cuidáis.
Te puedes imaginar que algunas personas protestan, y salen a la calle y reclaman... Y algunos periodistas los atacan, los denigran y les dicen de todo. Tratan de minar la fe en los dirigentes sociales porque llevan un reloj de marca; y piden menos privilegios para el común de los mortales, un regreso al siglo XIX ¿Será por eso por lo que hace poco alabaron unos y otros, periodista mediáticos y políticos ineptos a la Pepa? ¡Ah, la ciudad engendra la hipocresía! Feliz tú que no te enteras de las tonterías que hacen estos hombres por arrancar un voto. Feliz tú, que estás lejos de la ciudad.
Sí, querido amigo, un esperpento. No obstante, el hombre, pobre, qué remedio le queda, está en vías de volverse totalmente sumiso y de no cuestionar nada. No, no temas: en vías de extinción no está: sobrevivió al agua en un arca, al fuego como pudo, a dos guerras mundiales, y a infinidad de dictaduras militares de todo pelaje. No obstante, vislumbro que el círculo se está cerrando. Y yo, y perdón por mis antiguas burlas, comienzo a columbrar la salvación donde estáis vosotros. No quiero participar en nada de cuanto se avecina aquí en la ciudad, que no es nada bueno. ¿Hay alguna casa vacía por ahí, algún pajar medio derruido con el que comenzar? Eso, una cabra y una siringa me bastarían en principio. Pan, aceite y aceitunas. Volveremos a empezar. Creta. De nuevo en casa. Me iré en cuanto pueda, pronto. Y espero que ningún pájaro me salga a mitad de camino obligándome a hacerme ave. Un abrazo. Vuestro.

                                                           LMD

Pdta. No os duela no vivir en la ciudad.

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