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miércoles, 19 de diciembre de 2012

LAS HERIDAS DEL DIFUNTO, por Vicente Adelantado Soriano, de Valencia, España


Es lástima, por otra parte, que estas anécdotas no tengan gracia, porque harían reír mucho.
Mariano José de Larra, El periódico del día o el Correo literario y mercantil.

También es una lástima que en los periódicos, tanto de la Hispana Citerior como de la Ulterior, donde se ha publicado la noticia, no se diga a quién, o a quiénes, se les ha ocurrido tan magnífica y brillante idea para seguir riéndonos un poco más, pese a la poca gracia del chiste y de quien lo cuenta. Y que se nos hurte el tiempo, largo y dilatado, sin duda, que ha transcurrido entre tan brillante idea y su no menos brillante ejecución. Se le ocurriera a quien se le ocurriese la idea, alguien con algún tipo de poder, desde luego, se ha llevado por fin a cabo, así que se ha exhumado el cadáver del general Prim, que nació en Reus, donde también está enterrado. Era muy importante hacer dicha exhumación a fin de saber si el general Prim murió de las heridas que recibió en el atentado, en Madrid, que le costó la vida en diciembre de 1870, o después, pues, al parecer, si murió sin que las balas tocaran ningún órgano vital, el general Serrano estaba detrás de la muerte y del atentado contra el reusense, y en caso contrario, parece que no. Sin palabras.

No hace mucho tiempo, también apareció la noticia, creo recordar que en la televisión, sobre dos ancianos catalanes, no de Reus. Ella había tenido un ataque, había sido ingresada en un hospital, y estando allí la Generalitat le exigió que devolviera los 140 euros de pensión que cobraba dado que, estando ingresada, había comido y bebido a costa de las arcas públicas. Como todos. Ahora bien, ¿hay que llevarse también la fiambrera, tartera o “tupper” al hospital como los niños se la llevan al colegio? ¿Y para cuántos días, doctor? Evidentemente, y a nadie se le oculta, estamos pasando una terrible crisis económica, crisis que ha llevado a perder poder adquisitivo a las clases bajas y medias, a perder avances sociales, y a ganar en protestas y en manifestaciones en la calle con duros enfrentamientos con la policía. Esto último ha tenido una ventaja, pues ahora televisiones, tertulias, artículos y demás, se dedican a discutir sobre el sexo de los ángeles, es decir a dilucidar si la policía actuó con violencia desproporcionada, o la que estaba de acuerdo con la situación. Situación que los políticos aceptaron a regañadientes en un principio y que han terminado por criminalizar cuando empiezan ya a estar hartos de tanta protesta y temen por su puesto de trabajo. En la Edad Media, por si sirve de algo, se sabía que, dado que los ángeles eran materia y espíritu mezclados, en la punta de una aguja cabían exactamente 6.666 ángeles. A partir de ahí que cada uno deduzca la materia y el espíritu de cada uno de estos bienaventurados y alados seres.
Otra cosa sería que nos preguntáramos, interrogación que también molesta a muchos políticos y periodistas, si las manifestaciones tienen o no razón de ser. Hay para todos los gustos, cómo no, tal como hay estómagos hambrientos y otros agradecidos. Ahora bien, de locos parecería montar una manifestación, tal vez por eso no se le ha ocurrido a nadie, delante de algún organismo oficial porque se ha ordenado la exhumación del cadáver del general Prim; y decir que lo que se ha invertido en tan graciosa broma, tal vez se le podía haber dado a esa pareja de ancianos que, al parecer, no tienen ni para acondicionar el piso a la enfermedad de la mujer, que se ve obligada a moverse en silla de ruedas. Y bien está que los recortes lleguen a educación, que no haya becas, algunas veces ni mesas suficientes en las aulas, o que los alumnos tengan que llevarse la fiambrera de casa, o que nos quedemos sin medicamentos y médicos, ni dinero para investigación. Todo eso está bien; pero sería desastroso no poder exhumar la momia del general Prim, y quedarnos sin saber si murió, hace 142 años, de los disparos de un trabuco o de otra cosa. Y demos gracias porque no se le haya ocurrido a nadie reivindicar los huesos de Indibil y Mandonio, ¿eran pareja de hecho en la vida real?, o los de Viriato para saber si estaba mal de la cabeza ya que se enfrentó a las legiones romanas, que hablaban el latín, vulgar si se quiere, pero latín, y seguramente ocuparon la Península sin usar de una violencia desproporcionada. Por cierto, al poco tiempo de entrar estos amables chicos, Reus, junto con la franja que va de los Pirineos a Cartagena, kilómetro arriba, kilómetro abajo, formó parte de la Hispania Citerior, posteriormente la Tarraconensis. Y esta Hispania se decantó, en las Guerras Civiles, por Pompeyo. Tomar este partido hizo que visitara estas tierras, las aledañas al río Segre, el bueno de Julio César. Ya se sabe el resultado: perdonando a unos y acogiendo a otros, terminó con la República e inició el Imperium. Ahora bien, no sabemos si la Tarraconensis luchó a favor de Pompeyo o de la libertad, como quería Catón, que no se fiaba ni de Julio ni de su yerno, ya que sospechaba que ambos luchaban por la misma cosa, si bien diferían en quién debía dirigirla[1]. Ya se sabe que el Imperio, al final, terminó dividiéndose.
Sabido es que los políticos no son muy dados a leer y a estudiar. Otros, mucho más importantes, son sus rudos menesteres. Y que tenemos una sociedad y un sistema educativo que propicia muy poco la inclinación lectora, cuando la hay. Además, el libro, con la subida de los impuestos, y los recortes, se ha convertido, como el marisco, en un producto de lujo. Eso explica que no se lea, por supuesto, y que se olvide la historia. Si el cerebro, o cerebros, de la exhumación de Reus hubieran hecho ambas cosas, leído y estudiado historia, tal vez se hubiesen enterado de que hubo un escritor llamado don Benito Pérez Galdós. A este señor le dio por novelar buena parte del historia de su país, que fue toda la Hispania, incluida la Bética y la Lusitania. Escribió 46 novelas agrupadas bajo el título genérico de Episodios nacionales, divididos en cinco series. Entre estos episodios, y perteneciente a la cuarta serie, la era isabelina, hay uno titulado Prim. Casualmente es el mismo Prim de quien acaban de exhumar el cadáver. Fue aquel bravo general que, cuando le propusieron la restauración de los Borbones en la figura del hijo de la denostada Isabel II, pronunció una frase, o tres, para la historia: jamás, jamás, jamás. Parece ser que lo dijo en castellano. Si lo hubiese dicho en catalán, mai, mai, mai, seguramente, en Madrid, donde lo dijo, no lo hubieran entendido. Y en eso don Benito es muy puntilloso, pues nos informa, enseguida, de que sor Teodora y Tilín, en Un voluntario realista, novela ambientada en Solsona, hablaban en catalán, aunque él lo transcribe en castellano. Es el problema de nuestra literatura: también El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, está escrito en árabe por Cide Hamete Benengeli y traducido por un muchacho del árabe el castellano. En fin, cosas que pasan.
La sorpresa, que nunca faltan, al exhumar el cadáver del señor de los jamases, ha sido que han aparecido en su ataúd tres botellitas, conteniendo un líquido enigmático. Dos de las botellitas las tenía en las axilas y una tercera en la entrepierna. No se sabe qué tipo de líquido contienen las botellitas. La exhumación no ha sido, pues, en vano ya que lo sabremos, esperemos, dentro de poco tiempo. Estamos impacientes. Y de paso, removida la tumba, van a aprovechar para restaurar el uniforme del general. Ignoramos dónde está enterrado Cervantes, un vulgar recopilador de historietas, y Joanot Martorell, otro de la misma cuerda; pero que no se diga que no cuidamos a los muertos que sí sabemos dónde se hallan. Y esperemos que no se le ocurra a nadie ponerse las galas del difunto y darnos algún susto, haciendo sonar sable y espuelas, y rechazando a este rey y trayendo a don Amadeo de nuevo. Ya se sabe que hay gente para todo.
¿Y qué dice a todo esto don Benito Pérez Galdós en su famoso episodio nacional? Pues nada, porque donde se narra el atentado y la muerte del General es en otro episodio, en España trágica, escrito en 1909. En este sí que se cuenta el atentado, y se dice que las heridas del hombro izquierdo son las más importantes; pero, según parece, no comprometen la vida del General[2] No murió en el acto, como tampoco lo hizo Zumalacárregui. No, contra este no atentaron. Lo he traído a colación porque seguramente hoy en día, se hubieran salvado los dos, dado el alto nivel que, pese a los recortes que la ministra Mato ha metido en la sanidad, tiene ahora la medicina. Ahora bien, saber si murió poco antes o después del atentado el general Prim, cosa que ya dice Galdós, y gastarse un dineral en ello, nos parece, como mínimo un homenaje a Valle-Inclán y al esperpento. El general Prim, según Galdós, murió a los tres días de haber sufrido el atentado haciendo un fúnebre comentario: El Rey ha llegado, y yo... me muero[3].
Hubiera, por lo tanto, bastado con leer este episodio nacional para saber lo que le pasó o sucedió al general de los jamases. Y caso de que se dudara de don Benito, que es muy fiable, no había más que recurrir a alguna enciclopedia. El ayuntamiento de Reus, o quien sea, se hubiera ahorrado un gasto inútil. Ahora bien, sabida es la afición que tenemos en la Hispania, tanto Citerior como Ulterior, a remover tumbas y montar esperpentos. Hay que seguir la tradición. Lo cual no está nada mal: ya que la crisis nos priva de ir al teatro, convirtamos la vida en un puro carnaval. No obstante, y por si la crisis ya no les da para más, hay investigaciones más importantes y más baratas e igualmente productivas y trascendentes: saber, como quería el acompañante de don Quijote a la cueva de Montesinos, quién fue el primero que se rascó la cabeza, o que tuvo sarna[4]. Y en el caso de Reus, averiguar de quién es la traducción del latín que cita Larra[5], y que parece un chiste de seminario. La fase en cuestión es: Quantum est in rebus inane. La traducción que hizo la señora o señorita, y creemos que sin ánimo de ofender a nadie, fue cuántos enanos hay en Reus.
Tal vez fuera útil averiguar si esa traducción, horrorosa, se hizo con malicia o sin ella. Más que saber el tiempo que tardó en morir el señor de los tres jamases. Tres días por cierto, una cifra muy bíblica. Que no se diga, en un caso y otro, que no nos falta el sentido del humor: comer no comemos en mi casa, pero reír nos reímos mucho. Aunque los chistes no tengan gracia, lo cual, si se piensa, tiene su mérito.



[1]     Véase Lucano, Farsalia, en especial el libro IX, 250-300, y César, Comentarios a la Guerra Civil.
[2]     Benito Pérez Galdós, España trágica, cap. XXVIII
[3]     Benito Pérez Galdós, España trágica, cap. XXXI
[4]     Miguel de Cervantes, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, II parte, cap. XXII y ss.
[5]     Mariano José de Larra, Rehiletes, en Obras completas, I, Artículos. Cátedra, Madrid, 2009 p. 461

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