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martes, 7 de mayo de 2013

ORGULLOSOS CON SUCEDÁNEO, por Vicente Adelantado Soriano, de Valencia, España


Adonde el demonio puede hacer gran daño sin entenderle, es haciéndonos creer que tenemos virtudes no las tiniendo, que esto es pestilencia.
Santa Teresa de Jesús, Camino de perfección.

No deja de ser curioso, y pestilente, que con todo cuanto está sucediendo: hundimiento de la banca, de las cajas de ahorro, malversación de fondos por parte de políticos, juristas y hasta nobles (?), corrupción en todas las escalas, paro generalizado, y media España consumiéndose por el fuego, provocado o no, tengamos que estar orgullosos de ser hijos suyos porque la selección de fútbol se ha clasificado para jugar la semifinal de no sé qué campeonato. Así lo quieren algunos periódicos que hasta ponen, en primera plana, la sufrida bandera española. Ver para creer.

Mal tienen que ir las cosas para tener que recurrir a tan burdos métodos. Y mal, muy mal, tiene que estar el país para que el amor hacia él dependa de un gol o de la puntería de un futbolista. Hay otras cosas que marcan el pulso de ese orgullo. O de un posible amor herido, que, al parecer, nadie quiere oír. Y que son señas evidentes, aunque no tan llamativas, de lo que ya podíamos denominar una frustración continua y permanente.
Hace unos cuatro años se estrenó, convenientemente doblada, una película americana dirigida por Clint Eastwood: El gran Torino. Cuenta la historia de un viejo cascarrabias al que le cuesta mucho asimilar la llegada, a su país, de emigrantes asiáticos. Por una serie de circunstancias, en las que no vamos a entrar, asume los problemas de sus asiáticos vecinos. Y es tal la confianza del viejo cascarrabias en la justicia de su país que se hace matar sabiendo que los asesinos, una banda que molesta a sus vecinos, serán juzgados y condenados. Tal vez la película de Eastwood en Estados Unidos se la tomaran en serio. Aquí provocó alguna que otra sonora carcajada. Y no es que creamos que en América atan a los perros con longanizas. Sí sabemos que, en España, personas con nombre y apellidos han hundido toda la banca, han malversado fondos públicos, y han hecho uso indebido de lo que no era suyo. Y nadie, absolutamente nadie, ha sido no declarado culpable sino ni siquiera llevado ante el juez. Y si han ido ha sido como mero testimonio. Sí, efectivamente, es para sentirse orgulloso: do está la bandera española brilla la justicia y la equidad. Y mientras, el paro y el desempleo marcha a galope tendido, o, por ser modernos, con la velocidad de un coche de fórmula 1.
El desánimo es tan grande, y la herida tan profunda, que, una vez más, en vez de echar mano de remedios fuertes y eficaces, que no son los recortes, volvemos a las andadas: a las carreras de cuadrigas y al folklore. Y nos prometen el paraíso con el triunfo de la selección y con el descabezamiento del estado de bienestar. Por supuesto, y como hemos visto, ni la justicia es igual para todos, ni los recortes han afectado, en lo más mínimo, a los políticos: estos no han perdido ni un ápice de sus privilegios. Y para lo que hacen, francamente, sobran más de la mitad y un tercio. Sí, es para sentirse orgulloso de su falta de ética y de su cinismo: siempre que alguien de un partido es acusado de corrupción, siempre, según ese partido, se trata de una conspiración. Faltaría más. Aunque haya llevado a su comunidad al endeudamiento y a la miseria. Pero a qué lamentarnos: la vida en este bendito país está politizada hasta en su más mínima expresión. Hasta en el deporte. Qué tiene de sorprendente, pues, que también lo estuvieran las cajas de ahorro: allí se metía a cualquier político “quemado” supiera o no de finanzas, este hacía lo posible por su partido, que era quien lo había encumbrado, el partido sacaba dinero para sus eventos, y el otro se llevaba una jubilación de ensueño. Es para llorar de alegría. Y más teniendo en cuenta que todos veían el fútbol y nadie se enteraba de lo que pasaba. Tal vez porque políticamente no era conveniente o correcto. Hay motivos para estar más que orgullosos.
Y cuando empezó la crisis, como hizo Nerón con el incendio de Roma, se buscó un culpable o varios: los funcionarios, que eran unos privilegiados, y los maestros que tienen dos meses de vacaciones. Ya lo dijo san Agustín, Pluvia defit, causa christiani: si no llueve es por culpa de los cristianos. Efectivamente es para estar orgulloso de una visión tan amplia del problema. Y mientras, los políticos se suceden unos a otros; los bancos, el dinero, marca la política, el ciudadano está condenado a pagar los platos rotos, hasta con su sangre, y sálvese quien pueda. Porque ni en los recortes, faltaría más, somos solidarios. Luego, eso sí, persona hay, o persona humana, como dice algún que otro ilustrado periodista, que se queja de la poco cohesión que tiene este país. Y en vez de buscarla mediante la justicia, la moral y la equidad, lo hacen a través de aficionarnos a todos al fútbol, y de sentirnos orgullos de once aguerridos muchachos que guían, convenientemente, una pelotita. Así que la pobre señora que se ha quedado con la pensión congelada, y se tiene que pagar los medicamentos, tiene hoy motivo de orgullo. Y mañana que, como a Celestina, le quedará la dentera. En caso contrario, mal iremos. Tal vez el fútbol sea capaz de frenar la crisis y de hacernos perder esa fea costumbre de comer tres veces al día. Entonces, si no nos hemos muerto, sí que será para estar orgullosos. Esperemos que tengan la deferencia, si fenecemos y la crisis lo permite, de enterrarnos envueltos en la bandera. Bien rebozados.
Dejaremos para otro día que, tal vez, el orgullo de ser español nazca de poder disfrutar de la lectura de Guerra y paz, Madame Bovary, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, o de la música de Mozart... En fin, del arte en general, para no abusar del posible y paciente lector. Que los dioses tengan compasión de nosotros. Nuestro castigo ya comienza a parecerse al de Sísifo.

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