Obviamente, dedicado a Manolo, a Pepe y al Gaita, con todo mi cariño.
Pepe y el Gaita fueron, son y serán dos amigos entrañables que tengo, que me regaló la vida hace más de treinta años y a los cuales quiero con toda mi alma. En realidad no me los regaló la vida, me los prestó Sergio cuando éramos adolescentes y ellos dos habían sido compañeros suyos de secundaria.
Sin embargo, largas noches de copas, billar y boliche, los convirtieron en unos hermanos más que me deparó la vida. Pepe era bajito, regordete y desde que tengo uso de memoria, casi pelado. Es más, creo yo que fue pelado desde su misma infancia. Tal vez por no haber compartido con él la primaria, no lo recuerdo de otro modo que no sea pelado. Terminó la técnica y ahí nomás se puso una mudadora, con más de tres camiones. Luego los socios malandras lo traicionaron y terminó en la lona. Viviendo con su madre y muerto su padre, terminó atendiendo una zapatería de travestis. Pasó casi una década hasta que se recompuso y volvió a poner una empresa de transportes, pero esta vez sólo. En sus ratos libres, cursó un teologado adventista que le dio un título de pastor. Y así los fines de semana no se cansaba de cuidar a sus ovejas en el sitio tal vez más inhóspito del planeta: Un penal de Marcos Paz, donde alternaba entre traficantes, homicidas y violadores, en lo él dio en llamar “el pabellón cristiano”, donde el que quería estar allí debía comportarse como correspondía.