“Entonces,
¿qué hemos de elegir? ¿El peso o la levedad?”
Milan
Kundera. La insoportable levedad del ser.
Me desperté mientras apenas comenzaba
a amanecer. Andrea dormía dándome la espalda. La fina sábana marcaba a la
perfección la silueta de su cuerpo. Me acerqué a ella silenciosamente, para
escuchar el sonido de su respiración. Afuera los zorzales comenzaban con ese
canto que parece mecerse en el aire, como una pluma yendo de un lado hacia el
otro mientras cae, describiendo formas que, secretamente, trazan un significado
que desconocemos, pero que intuimos, tienen un sentido.
Puse mi mano en su cintura, por sobre
las sábanas. Pensé en lo que vendría a continuación, no sólo con respecto a lo
que sucedía en la casa de mi padre, sino también en cuanto a ella y a mí. Le
había sido infiel a Mariel, pero eso no me dolía, en cierto modo era como si
hubiese hecho lo correcto, aunque no lo aprobaba del todo.
El hombre es un ser decididamente
egoísta y yo no era ni mejor ni peor que nadie. Del mismo modo, Andrea sabía
que tenía una novia esperando en casa, y eso tampoco le había importado.