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viernes, 13 de junio de 2014

HASTÍO, TRISTEZA Y ABURRIMIENTO, por Vicente Adelantado Soriano, de Valencia, España

Posiblemente haya pocas cosas que retraten mejor a un país, y de forma tan patética, como un debate montado en un escenario televisivo, y retransmitido en directo. A los pocos segundos de iniciado lo que parecía iba a ser un educado intercambio de ideas, de formas de entender, explicar y solucionar una determinada situación o problema, el debate se convierte en un gallinero en el que todos insultan a todos; y todos, por supuesto, hablan al mismo tiempo haciendo bueno aquello de que tiene razón quien más grita. Es lo que hacen para hacerse oír. Y todos chillan. Nadie, ni el mismo moderador, recuerda al supuesto público que está viendo el debate, y al que no le llegan sino unos gritos, que se solapan unos a otros, resultando de todo ello una confusión tal en la que no hay forma de entender nada. Tampoco es que esto sea muy importante, pues en todos los debates, día tras día, o noche tras noche, aparecen los mismos personajes diciendo, día tras día, o noche tras noche, lo mismo que ya dijeron el otro día poco antes de que se interrumpieran. Afortunadamente, en los anuncios, siempre hay anuncios en los debates, que tienen que dar un mensaje claro, los actores hablan uno detrás de otro.

Es posible, incidiendo en otro aspecto del problema, que, en algún momento de la historia, el periodismo fuera un “poder” independiente sin más miras que la imparcialidad a fin de informar al lector, lo más verazmente posible, de cuanto acontece o sucede en la rúa o en el Senado. Sancho Panza diría ante esta situación así descrita que De largas tierras, largas mentiras, o En todas partes cuecen habas y en mi casa a calderadas. Habría que estudiar con mucho detenimiento, sine ira et studio, la influencia de la prensa en ciertos momentos de la historia, y por qué se editan unas cosas y en unos espacios, y se silencian otras en otros o en todos. Por supuesto a nadie se le puede exigir pureza y virginidad en un mundo en el que es preciso vender parte del alma, a veces partes muy considerables, para poder seguir subsistiendo. La prensa, como el teatro y el cine, necesita del público. Y si bien, y no lo dudamos, todos han tenido su siglo o siglos de oro, no menos cierto es que todo verdor perecerá, y que en esta vida ni la inestabilidad es estable. Así el teatro está en crisis permanente, el cine, o buena parte de él, ha decidido suicidarse antes de que lo derroten: cada vez hay más efectos especiales, menos diálogos y más ruido, barullo y explosiones o desastres universales cuando no cósmicas. Y la prensa, mal que bien, tiene que entonar los cantos y alabanzas del grupo que está en el poder a fin de poder subsistir, pues los periódicos, con la competencia de la radio, la televisión e Internet, los leen, si los leen, los últimos románticos. Están las empresas periodísticas tan endeudadas que han pasado a ser pobres dependientes del gobierno de turno, o de la Hacienda de turno. Y en esta vida, ya se sabe: no hay nada sin nada. Quid pro quo, por decirlo de una forma concisa, clara y clásica. Y las televisiones ya sabemos quién las controla y a quién sirven. No hace falta recurrir, para percatarse de ello, ni a la lingüística ni a las marcas de modalización: cada vez los mensajes son más burdos, y, por tanto, menos inteligentes: vivo retratos de quien los manipula o maneja.
No hay grandes diferencias entre los periódicos ni las distintas cadenas de televisión. O esas diferencias son más aparentes que reales. Evidentemente hay que dar la impresión de variedad, diversidad de criterios y todo lo demás. No se debe olvidar que estamos en una democracia. Pero todos los periódicos, y las televisiones, llegados a un límite, coinciden en lo mismo, o silencian idénticas cosas. Así no deja de ser significativo, ahora, cerca ya de las elecciones, que todos, a bombo y platillo, es decir con letras de gran tamaño y en negrita, anuncien que hemos salido de la recesión, que estamos creciendo, que hemos dejado atrás la crisis, que está bajando el paro, y que el sol va a salir por Antequera. Nadie explica, sin embargo, qué se ha hecho para salir de esta situación que se percibe de forma trágica, pese a las trompetas y a los tambores. Sin olvidar, por supuesto, que no ve lo mismo en una barra de pan un hambriento que una persona medio saciada. Aquí quien más y quien menos ha tenido que darse de baja en muchas prestaciones que antes tenía o de las que disfrutaba, y a las que ahora resulta complicado hacerles frente. Los salarios no crecen, y los precios suben como la espuma. Y el paro. Que ahora, vísperas electorales, resulta que también ha descendido. Y vuelve la pregunta, una y otra vez: ¿Qué han hecho los políticos para sacarnos de esta situación? Porque, evidentemente, oyéndolos a ellos, no hemos salido de la supuesta crisis por los sacrificios de la población sino por la excelente guía que ha ejercido el político tal o cual, arropado, faltaría más, por tal o cual periódico y contertulio televisivo. Igual que se produjo la Transición en España de una dictadura a una cierta libertad tutelada: porque tuvimos a un Rey y a un Presidente. Parece como si gobernaran sobre el vacío o sobre un grupo de marionetas. Y tal vez tengan razón. Eso es lo malo, que tal vez tengan razón.
Imagino que si un una televisión se mantiene un programa es porque estudiosos y analistas, que los hay, dicen, datos en mano, que son vistos y seguidos por un número determinado de personas. De lo contrario, dichos programas desaparecerían, pues la publicidad dejaría de contratar sus espacios para vender, y se acabaría la fuente de ingresos. Creo. Y debe seguirlos mucha gente cuando, noche tras noche, lo compruebo por mera curiosidad, vuelven a aparecer los mismos personajes y vuelven a interrumpirse los unos a los otros. No se cansan.
Hace tiempo algunas personas bien pensantes empezaron a dar la matraca con los contenidos de algunos programas televisivos. Estamos en democracia y no se puede censurar casi nada, aunque se pueden clasificar papeles y documentos. Ya se sabe: la razón de estado. Se insistió entonces, ya que un programa no se puede clasificar ni desclasificar, en pasar esos programas, un poco fuertes, a una hora en la que los niños no los pudieran ver. Y así un infante estará a salvo de una película pornográfica, salvo que, insomnes, vea la tele a las cuatro de la mañana, pero no del mal gusto, que cada vez es mayor, de las mentiras de los políticos, que como se las creen ellos dejan de ser falacias, y de la estupidez que rige nuestra vida pública. La deshonestidad está, pues, en las partes del cuerpo que se utilicen. Y para que todo resulte más digerible, aparecerán las grandes palabras, los proyectos, los anteproyectos, las leyes y los ministros. Con todo ello se montará una especie de debate televisivo en la que el ruido, la estulticia y la furia sea lo predominante. Pues tener ciudadanos, periodistas y alumnos con un cierto sentido crítico no le interesa a nadie. Y contra más vacío es un gobierno, más necio y absurdo, también, lo tienen que ser los periódicos, las televisiones y quienes los leen o las contemplan. Hasta el punto de que una necedad: una señora huyendo de la policía para que no la multen, es noticia durante quince días o más. Claro, la señora es un cargo de un partido político, y a los periodistas, que, en algún lugar del universo, se dejaron su sentido crítico, todo cuanto sale de su boca, necedad tras necedad, les parece relevante y pertinente. Y eso, como la cosa más normal del mundo, lo ve cualquier infante y a cualquier hora del día.
Por cierto, y de pasada, no se les ocurra abrir un periódico español sin saber inglés porque entenderán poco de lo que dicen. Lo cual, qué quieren que les diga, ya comienza a ser una ventaja. Sólo falta que los políticos también recurran al inglés, pues ya hasta la canción que representa a España, una e indivisible, en un festival la cantan en inglés. Al principio creí, ingenuo de mí, que se trataba de un homenaje a Catalina de Aragón; pero un día pregunté en una clase de segundo de bachiller si sabían quién era Catalina de Aragón; y los alumnos me hablaron, gritando y todos a la vez, haciéndome un favor, de una tal Carla Martínez que se había dejado los estudios a principio de curso. ¿Era ella? ¿Era ella? ¿Qué ha hecho ahora?.. Me fui de allí recordando, no sé porqué, que Catón el Censor se puso a estudiar griego clásico, en aquella época no existía el moderno, en una edad muy avanzada, a los 84 años, creo. Ignoro si llegó a leer a Platón. Y a comprenderlo. Pero con personajes como Catón hay que pensar que no todo está perdido. Harina de otro costa, por supuesto, es cómo trataba a sus esclavos. No se puede tener todo en esta vida.

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