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viernes, 15 de agosto de 2014

DENADIE por Andrés Berger Kiss, de Medellín, Colombia.


Ojeando mi cuaderno de apuntes, brego por leer la entrada fechada martes o miércoles, 10 de mayo de 1986, Selva del Urabá, pero los borrones hacen difícil la lectura. Hay trozos ilegibles.  Ni la fecha está clara.  El 8 en 1986 parece ser un 6.  ¿Estaría yo aquí en 1966?  Si es así, sería una diferencia de 20 años.  Bueno, podría ser.  Yo regreso cada vez que puedo.  Aquí me siento como en casa.  Ya se me perdió la cuenta de las veces que vengo. 
El aguacero que cayó aquella noche casi no me dejó escribir y se llevó gran parte de las frases en mi borrador. 

"Es tan precioso aquí"——dice en el cuaderno—— "a pesar de la lluvia torrencial y el calor sofocante.  Estoy solo en este barquito de vela, bajo un dosel que me protege del río celestial que fluye desde las densas nubes del atardecer.  Las copiosas gotas tamborean la nave, haciendo un sonido ensordecedor a mi alrededor.  Algunas gotas se escurren por debajo a todo lo largo del techo y caen sobre mis notas.  En vez de usar mi encabador con su tinta azul que se esparce por toda la página apenas le cae la lluvia, tendré que usar un lápiz... tan difícil... no tengo en qué más escribir y ya mi cuaderno está medio arruinado".
Hasta allí es más o menos legible, pero las tres páginas siguientes están totalmente arruinadas.  De vez en cuando vislumbro una que otra palabra. 
Me acuerdo que las tempestades de agua comenzaron durante los últimos días de mayo.  Los aldeanos me dijeron que cuando tardan tanto son más fuertes. 
Sigo leyendo en mi viejo cuaderno, ya seco pero deshilachado:  "El mundo a mi alrededor parece estar ahora bajo un diluvio.  El sudor me baja por todo el cuerpo, las gotas se deslizan por mis brazos, por mi mano que mueve este lápiz junto a la luz trémula de una pequeña vela.  Es difícil concentrarme en lo que escribo.  La lluvia no me deja pensar siquiera.  ¿O será ella la que no me deja pensar, la que no me da paz?  ¿O la ausencia de mi amante que está tan lejos?  No sé.  Me siento como medio perdido por los vericuetos del tiempo.  Entro y salgo de mi ensimismamiento sin saber dónde están ni las entrada ni las salidas". 
Estando aquí de nuevo, se me hace que hoy es ayer.  Me parece que desde la primera vez que vine aquí -no sé cuántos meses o años serán- (¡no puede ser!) sin verla, envejecí.  No soy el mismo que vino aquí la primera vez, cuando escribí estas notas.  Es como si nunca me hubiera movido de este lugar en la selva.  El tiempo de mi ausencia quedó suspendido.  Tal vez ni siquiera ocurrió.  Tal vez he estado esperándola aquí por toda una vida y lo que ocurrió más allá del mar con mi amante fue apenas un sueño feliz.
Sigo ojeando el cuaderno para ver qué puedo rescatar; para entender mejor quién soy, cómo soy y por qué.  Volteo algunas páginas hasta llegar a una donde, a pesar de los borrones, puedo leer algo de lo que escribí:  "Aun con los ojos abiertos veo las imágenes que interrumpen mi labor.  No necesito cerrarlos para verla.  Aun viéndola una sola vez, no es posible olvidarla".  Leyendo esto pienso que tal vez hubiera sido mejor que el aguacero hubiera caído sobre mis recuerdos en vez de haberse desplomado sobre este cuaderno.  Si fuera así no me habría visto obligado a regresar para buscarla.  Pero mi recuerdo de ella es claro.  Los borrones están apenas en mi cuaderno.  Cuando cierro los ojos los recuerdos redoblan su nitidez.  La pura verdad es que no quiero deshacerme de ellos.  Las imágenes son mi compañía.  Cuando no estoy aquí, cuando ando por los siete mares, cuando me escondo en la solitud de mi bosque en Óregon con mi amante, también sigo pensando en ella.  ¿Pienso en las dos a la vez?
Aquí hay un par de párrafos que vislumbro claramente:  "Estás conmigo siempre.  A veces te veo, mi adorada amante, desnuda e invitadora, llamándome desde el otro lado del mar.  Otras veces, la veo a ella: se me acerca con su boca púrpura, sus ojos negros que parecen cambiar de color a la luz de la luna.  Parece ser apenas una niña inocente.  Estas imágenes parecen confundirse.  Ya ni sé si eres tú o ella la que me mira sonriendo".
Siguen las manchas azules de la tinta que se regó por todo el cuaderno, pero, ojeando, veo que aquí hay media página que puedo leer bien:  "De vez en cuando, suspendo la escritura y atisbo por el lado abierto del dosel, refrescando mi cabeza en la lluvia y esforzándome para ver si ella viene.  Miro al otro lado del canal que separa esta isla de la otra y veo el sendero que lleva a la choza donde vive con su abuela.  Por lo menos eso me dijo.  Ya la noche se acerca y ella prometió visitarme....esta misma noche.  ¿Prometió? me pregunto.  En realidad no sé si lo que dijo fue una promesa o un tal vez.  ¿Tal vez?  No, creo que dijo que quería venir a verme.  ——Tal vez pueda ir- dijo——. Quisiera y te prometo...que tal vez...——  ¿eso fue lo que me dijo?  Viéndola me acuerdo de mi amante que me espera...."
Aquí hay un borrón de página y media.  No puedo descifrar las palabras.  Las letras entran y salen de la tinta azul que se regó desde la página anterior.  Es que escribir con lápiz y con lluvia no es posible.  Debí haber cogido mi pluma de nuevo; y luego vino la tempestad de agua y los malditos borrones.  ¿O será mejor no saber qué fue lo que me sucedió entonces, cuando escribí este diario?  Pero me quedan los recuerdos.  Yo sé qué pasó.  No necesito mi diario para saber.  Las voces repecuten todavía en mis oídos.  Pero tal vez los recuerdos me traicionen, tal vez no sean exactos.  Miro el papel en el cual escribí mi relato, mi obsesión por ella; pongo el papel frente a la luz de una vela para ver si la escritura se puede vislumbrar, pero no veo sino retazos de palabras: "...toda la noche... ¿me prome... y tu abuela no... si viene la t..pestad..."
Me acuerdo que me habló de la tempestad diciéndome que no le importaba, que a ella no la intimidan las tempestades.  Que desde pequeña entraba y salía de las tempestades como si ya fueran parte de su vida.
La escritura se aclara en las próximas tres páginas porque fue en ese momento cuando me metí en la cabina de abajo por un rato.  Pero el calor me estaba sofocando y tuve que salir y escribir con ese viento y esa lluvia alrededor echando a perder lo que escribía al momento de mover mi pluma fuente.  Puedo al menos descifrar el contenido de lo que escribí en la cabina.  Dice: "Aquí, en este lugar desamparado, quedan apenas unas cuantas personas después de irse los turistas del litoral en el barco de vapor de los domingos por la tarde.  Aquí no hay aldea, no hay más que unas cuantas chozas junto al mar."
"De vez en cuando, mi amor, ——sigo leyendo en el cuaderno—— suspendo la escritura y atisbo por el lado abierto del dosel, refrescando mi cabeza bajo la lluvia y esforzándome para ver si ella viene". 
¿Por qué escribiría eso dos veces?  Había escrito la frace idéntica unas páginas atrás.  Ojeo el cuaderno hacia atrás y allí está, palabra por palabra, la misma frase.  Comparo las dos frases y descubro algo que me hace estremecer sin saber por qué.  La segunda vez agregué a la frace las palabras "mi amor".  Mi conclusión es que la primera vez que la escribí no estaba pensando en mi amor sino en ella, en la otra, en la que quiero ver cada vez que vengo a este lugar solitario.
"Cuando se van los turistas", leo, "este paraje tropical le pertenece de nuevo a los aldeanos....hasta el próximo domingo.  Creo que hoy ya es jueves y yo aquí todavía esperándola.  Soy el único extraño entre los que viven aquí.  Daría cualquier cosa por ser uno de ellos, para verla todos los días, para estar cerca de ella".
Sigo leyendo a pesar de los borrones: "Los dueños de La Laguna Azul notaron mi interés por ella en el momento de mi entrada a su establecimiento.  Junto a la playa, a unos pocos metros de donde estoy anclado, rodeado de palmeras, la cantina-restaurante es muy pequeña.  Con veinte clientes se llena.  Pero si vienen más, son servidos en la playa o sentados en las rocas lamidas por el mar".
"Aquí no hay una laguna.  El nombre debe referirse al pedazo de mar entre las islas donde las tormentas del mar nunca llegan, donde anclan los barcos en aguas calmadas.  El establecimiento es como un mirador apenas, sin paredes, con techumbre de paja, construido sobre el agua, con un puente que lo une a la tierra firme donde está la cocina en una pequeña choza.  La primera vez que la ví, ella iba caminando sobre aquel puente, de la cocina al mirador, llevando unos platos.  Es una de dos meseras que trabajan en La Laguna Azul.  Lleno o vacío La Laguna Azul tiene un atractivo especial.  Me hace sentir como si ya hubiera venido aquí toda la vida, como si me perteneciera.  Desde aquel mirador se puede contemplar el mar por tres lados.  Allí me siento cerca de mi amante.  Miro hacia el Norte y casi la puedo tocar, pero la tentación está aquí en el Sur.  El mar es mi único testigo".
Algunas páginas de mi cuaderno desaparecieron, pero mi recuerdo de la primera vez que me encontré con ella es vívido, imborrable.  Poco después de que se fueron los clientes, se quedó a limpiar las mesas y a barrer.  No parecía tener ganas de terminar sus quehaceres.  Cuando pasaba por mi lado sonría y su vestido vaporoso me rozaba.  Parecía tener pereza, y al llegar al puente comenzó a seguir con sus pasos el ritmo sensual de un bolero que sonaba repetidamente en un antiguo gramáfono, bailando consigo misma y echándome de vez en cuando unas miradas oblicuas, secretas, con sus ojos lánguidos, almendrados, velados como estaban por sus oscuras pestañas y un maquillaje de aceites pardos que usa profusamente y que combina bien con su piel canela.  Parece parte de la noche que la rodea.  Es como si quisiera esconderse y al mismo tiempo exhibirse, sin saber cuál de sus deseos seguir.  Una cadena sutilmente bordada en hilo de cobre cuelga de su cintura descubierta meciéndose sobre su ombligo carnudo que promete otras delicias.  Lo usa como mi amante usa la cadena de oro que le regalé cuando fuimos a Marruecos.  Yo no podía quitarle los ojos de encima, ni a mi amante ni a ella.  Los dueños de La Laguna Azul me sorprendieron atisbándola.  ——¿Te gusta la muchacha, eh?——, me preguntó la dueña.  A su pregunta contesté que muy lejos de este trópico, mi amante, mi querida, me espera ansiosa, y que aquel suspiro que me alborotó era una reflección de la soledad que sentía al no tenerla cerca.  Aún así, se dieron cuenta, sonriendo con una chispa de malicia en los ojos, viendo que los míos ardían al seguir sus movimientos, mientras ella se mecía con la música en la penumbra.
——Su nombre es...——la anfitriona me susurró en el oído, agarrándome del brazo mientras su marido me regalaba una sornrisa medio burlona...——Denadie.
——¿Qué—— exclamé medio atolondrado.  -¿Se llama cómo?
——Oíste bien—— se rio, viendo lo sorprendido que había quedado al oír ese nombre.
——¿Denadie?
——Sí así se llama.  Denadie.
No necesito de mis notas para acordarme palabra por palabra de lo acontecido hace tantos años.  Pero las letras comienzan de nuevo a aparecer entre los borrones y puedo seguir leyendo:  "La anfitriona era una mujer alta y madura, con una gran fortaleza interior que brillaba en sus ojos.  Me miraba insinuante, y al pronunciar la ene la palabra Denadie, la sostenía por un segundo, apretando su lengua contra el paladar.  Tenía un vestido que llegaba hasta el cuello pero con un pliegue que se abría de vez en cuando y que dejaba ver sus piernas desnudas.  Su marido, sentado junto a una de las mesas, seguía mirándome, fumando un cubano.  Ahora, los dos me miraron como si estuvieran conspirando conmigo, sonrientes, maliciosos.  Sin darme cuenta tuve que tomarme una larga y profunda bocanada de aire.  La anfitriona se rio y siguió susurrándome, -Las mujeres de las islas tenemos nombres extraños.  Nos gusta así.
“Me invitaron a sentarme con ellos.  Me senté sin perder de vista a Denadie, quien seguía bailando como si estuviera soñando.
     ——Mi nombre es Yamentira, ——me dijo.  Y el hombre repitió, después de echar humo por boca y narices, --Yamentira, Yamentira.  Allí donde la ves, es buena todavía.  Le gusta.  ¡Traenos leche de coco y ron! ——le gritó a Denadie, haciendo un gesto vigoroso con la mano, como quien está muy acostumbrado a dar órdenes.  Una manada de loros gritones voló en la lejanía y el fondo del sol inmenso tocó el horizonte.  El mar, tranquilo y eterno, brillaba a nuestro alrededor.  Y al otro lado del magnífico universo las primeras estrellas comenzaron a titilar".
Leyendo esto recuerdo que en el momento de escribirlo también estaba enamorado de la tierra que me rodeaba.
"Al rato," sigo leyendo, "Denadie llegó a servirnos el ron con leche de coco.  Mis anfitriones notaron de nuevo que no le quitaba el ojo de encima.  La miraba y ella me devolvía su mirada sonriente.  La anfitriona le echó ron a la leche de coco y me pasó el vaso lleno.  Cuando lo tomé, una ola de placer invadió mi cuerpo.  Me sentí a la altura de las estrellas que ya comenzaban a llenar el cielo.  Denadie regresó a su puente, a su música y su baile consigo misma".
"Sentado entre su mujer y yo, el dueño de La Laguna Azul comenzó a reírse, como burlándose, haciendo un sonido gutural muy quedo al principio, que después se convirtió en una voz profunda y meliflua que comenzó a expanderse, encaramándose luego por los zarzales para remontarse finalmente en un vuelo hacia la selva donde centenares de micos contestaron con su propia algarabía.  El hombre se ladeó hacia mí hasta que su cara quedó próxima a la mía, sonriendo con sus tres dientes de oro que relucían entre dos blanquísimas hileras de dentadura, alineadas perfectamente. Olía a sen-sen y a ron y a tabaco.  Era un olor placentero.  Me miró, y guiñando el ojo, me susurró:——¿Te provoca Denadie? ¿Sí? ——Sus ojos estaban hundidos, su barba escondía gran parte de su cara que, sin embargo, reflejaba burlonamente el seguro conocimiento de que ningún hombre podría fijarse en Denadie sin sentir una invación de deseo que rayara en el dolor mismo.  Los efectos de la bebida me hicieron sentir como si mi cuerpo estuviera allí, pero mi espíritu estuviera revoloteando alrededor de las luces con el resto de los zancudos.  Ví que su mano desapareció despaciosamente entre los pliegues del traje de Yamentira, abriéndose camino debajo de la mesa.  La miré de soslayo pero con la intención de que me viera.  Su cara estaba rígida.  Cerró los ojos y entreabrió sus gruesos labios. ——¿La deseas? ——insistió el hombre más seriamente, fijando inmóvil la mirada de sus ojos negros en los míos.  Por un segundo no me fue posible discernir a ciencia cierta si se refería a la beldad morena que seguía bailando a solas sobre el puente o a su mujer.  Le devolví la mirada directamente sin eludirlo, pero me di cuenta que quería que mirara a Yamentira, a quien él le acariciaba los muslos.  ——Esta te la consigue, si quieres ——dijo. ——Sí, yo te la consigo, si quieres ——dijo Yamentira débilmente, mientras los músculos de su cara comenzaron a contraerse con una sutileza casi imperceptible. ——Yo le enseño todo y Denadie aprende.  Espantará la soledad que llevas por dentro sin tu amor——agregó despaciosamente, apagándosele la voz. ——Cerró los ojos y toda ella se estremeció".
"Muy a lo lejos en la bahía, de donde los barcos zarpaban al mar abierto, con sus luces y banderas festivas, una goleta desplegaba sus velas blancas, hinchadas por la brisa, moviéndose hacia el sol que ya se hundía en el mar.  Sentí las rodillas de Yamentira que tocaban temblantes las mías debajo de la mesa.  La miré de nuevo.  ——¿Quieres a Denadie? ——preguntó.  Me le acerqué a la pareja sentada frente a mí. ——Yamentira, Yamentira—— susurré, sofocado por el deseo ——Denadie es idéntica a mi amante que me espera al otro lado del mar. ——Sentí que Denadie me había estado atisbando todo el tiempo y que ahora escuchaba mi confesión con deleite.  Y sentí las rodillas de Yamentira presionando las mías debajo de la mesa. ——Sí, Yamentira, sí, deseo a Denadie ——dije en voz alta, sin poder contenerme, como para que me oyeran todos, mirando hacia el puente, sintiendo también la convulción que había sobrecogido a Yamentira mientras le hablaba, mientras que su hombre la acariciaba".
Ya recuperada de su estremecimiento, Yamentira dijo: --Oye Denadie, como niña buena, afrécete a bailar con el señor-.  Denadie se acercó y acercó su cara a la mía.  Por primera vez vi bien sus ojos.  Ahora eran verdes, verdeazules, aunque antes me habían parecido ser negros; eran del color de la selva vecina que ya se sumía en la oscuridad".
"——¿Al señor le provoca...?——  preguntó, estirándose un poco y tocándose en las caderas con ambas manos.  Luego terminó la frase: ——¿...bailar conmigo?——  Bajó los ojos, como medio sumisa y medio orgullosa, o pretendiendo quizás, (seguro como se lo había enseñado Yamentira) porque se movía tan deliberadamente, mirando de vez en cuando a Yamentira, quien la miraba con aprobación".
Aquí, algunas de las páginas habían sido arrancadas del cuaderno.  No me acuerdo cuándo las destruí pero recuerdo que bailamos sobre el puente aquel bolero que tanto le gustaba.  En la distancia, vi que Yamentira había desaparecido debajo de la mesita y que su hombre, el de los dientes de oro y risa meliflua, se deslizaba un poco en su asiento.  Nos miraba con sus ojos encendidos.  Pero las sombras no dejaban ver bien y yo estaba tratando de concentrarme en Denadie.  Sentí como si estuviera en un sueño, con su cuerpo junto al mío.  Se mueve tal como lo hace mi amante.  Es como si la tuviera aquí conmigo, en mis brazos.  Antes de terminar el bolero le dije: ——Ven a visitarme, Denadie, después de que salgas del trabajo.  Estoy allí en....——.  Denadie me interrumpió: ——Yo sé dónde encontrar al señor; en el único barco de vela del muelle.  Tal vez Yamentira me dé permiso.  Ella me enseña todo.
——Yamentira me dijo que sí ——me apresuré a decir.
——Tengo que ir primero donde mi abuela en la otra isla donde vivo—— respondió.  Luego susurró en mis oídos lo que no pude oír bien porque la punta de su lengua tocó la piel de mi oreja y sentí como mil agujitas por todo el cuerpo.  Me parece que dijo que quería venir, que tal vez.  No sé qué más dijo pegada a mi oído, apretándose contra mí, mirando hacia la mesita donde el hombre se deslizaba aún más.  Me sentí embriagado por el hálito de la belleza, por lo que me había tomado, por los vapores de la noche, por el baile sensual, por lo que presentía que estaba ocurrinedo debajo de la mesa de mis anfitriones.  Todo parecía conspirar para removerme hacia un mundo sublime y peligroso pero atractivo.  No me importaba estar en peligro con Denadie al lado.  Nada parecía importarme.  Oí con claridad el gemido que llegó desde el mirador, un resuello indomable de la garganta del hombre que se deslizaba bajo la mesa y a quien ahora solo se le veía su cabeza.  Denadie me apretó con sus piernas y sentí que se estremecía con una suavidad suprema.  Pero se rio y terminó de bailar, dejó de apretarme y regresó a la choza.
Creo que ahora es que vienen las páginas que escribí en el cuarto de abajo, donde la lluvia no llegaba:  "Acabo de oír un aullido que proviene de la selva.  Me asomo de nuevo pero la oscuridad es completa, impenetrable, sin ninguna luz de asomo.  Sigue lloviendo a cántaros y ya casi no tengo en qué escribir.  Voy a hacerlo con letras más menudas para tener espacio.  Por un segundo pensé que algo se movía a lo lejos, tal vez es Denadie, pero el lugar está desierto.  Sí, hay un rumor de bestias selváticas que proviene de la oscuridad; buhos estáticos, pájaros que toman el último vuelo al nido, gemidos de animales en celo revolcándose en el lodo, un estrujo de ramas, un chapuzón de peces, un canto cacofónico, pero no son más que parte de la vida de la naturaleza que nunca descansa".
"¡Cómo echo de menos a mi amante!  ¿Cuándo escampará?  La noche parece ser tan larga, esperando a Denadie, echando de menos a mi amante que está tan lejos.  Oigo un ruido de aguas, como remos.  Debe ser ella.  Miro afuera.  No, es un pescador que regresa tarde de su oficio.  Ojalá haya cogido muchos.  ¡Todos están tan necesitados!  Allá veo como dos sombras que se acercan.  ¿Dos o una?  Ya no está lloviendo y la luna se deja ver a veces, jugando entre las nubes.  Pero no hay estrellas.  Sí, entre las sombras del bosque a mi lado hay dos sombras que parecen acercarse.  ¿Serán Denadie y Yamentira?  ¡Ojalá!! ¿Esas sombras que veo moviéndose a lo lejos en el bosque iluminado ya por la luna no son más que árboles cuyas ramas se agitan al paso del viento?  Lo único que alivia el dolor de la ausencia de mi amante es escribirle poemas de amor". 
"Una pequeña claridad en el vasto horizonte del Oriente comienza a penetrar en esta espesura.  Dentro de poco las sombras se desvanecerán y una nueva realidad me rescatará del estupor que siento".

Hasta aquí puedo leer.  No hay más detalles.  No hay más recuerdos.  Comienzo a pensar más claramente: tengo un deseo terrible de olvidar.  Voy a arrojar el cuaderno al mar.  Tal vez así Denadie.

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