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jueves, 20 de noviembre de 2014

ETEOCLES Y POLINICES (*), por Carlos Alejandro Nahas, de Buenos Aires, Argentina


(*) Nombre de dos hermanos protagonistas de la tragedia griega “Los Siete sobre Tebas”, donde Esquilo inmortalizó el relato de los hermanos fratricidas

A Daniel Truffat, amigo inspirador de este cuento.


Uno era alto y el otro bajo. Uno musculoso y atlético, el otro más rechondo y con lentes. Uno era un gran deportista y el otro un gran erudito. Uno se había casado con una mujer bellísima, el otro con un esperpento. Uno era temerario, el otro pusilánime. Uno tenía ojos color cielo, el otro marrones furiosos. Se llevaban tan sólo dos años y eran hermanos de la misma madre y el mismo padre, pero eran el agua y el aceite.

   Sin embargo, si uno acercaba bien la vista, veía los mismos rasgos comunes, una cierta nostalgia compartida en la mirada, similares formas de hablar y casi la misma letra. Siempre se llevaron increíblemente bien. Hijos de un padre autoritario, severo y por sobre todas las cosas millonario. La madre – como suele ocurrir en estos casos – a un costado, sin molestar.
  Ambos trabajaban en la firma del padre, cada uno en puestos dirigenciales diferenciados. Ambos cargos de idéntica jerarquía. Los dos de similar importancia.
   Hasta que llegó el fatídico día en que El Gran Capo los llamó a su despacho y les anunció que se retiraría de la empresa para dedicarse a su merecido “dolce far niente”. Y que en dos meses decidiría a cuál de los dos hijos dejaría a cargo.
    Fue el acabose. Lo que antes discurría manso y tranquilo como arroyo de pradera, se convirtió en un furibundo torbellino. Casi cuarenta años de pacífica, amistosa y enternecedora convivencia tirados a la basura por una simple frase. Un breve anuncio.
   Primero fue el mayor, que en un acto de osadía sedujo y llevó al lecho a la cuñada. El menor, con total desapego de las formas le comunicó a la esposa del hermano – con fotos, correos y toda la parafernalia tecnológica – todas y cada una de las aventuras de su esposo. Un día le aparecía a uno todos los palos del golf despedazados, como por arte de magia. Al otro, el juego de ajedrez de cristal de Murano hecho astillas. Al más bajo mágicamente se le quemó entera la cabaña de vacaciones. El más alto lamentaba que su Lamborghini Diablo cayera por un acantilado de trescientos metros, haciéndose añicos.
   En la empresa, distancia. Lo que antes eran abrazos, panzazos, choque de cabezas y demás payasadas de dos hermanos unidos en las almas, fue reemplazado por un gélido “hola” en las mañanas y un “adiós” en las tardes. Definitivamente “el Pater” había metido de forma irremediable la cuña de todas las cuñas. La de la ambición, el poder, el dinero, pero por sobre todo trazado una línea: Un hermano quedaría de un lado y el otro irremediablemente tras ella, relegado al papel de segundo per sécula seculorum.
    Y el día llegó. Y sobre su silla muelle y gigante depositó sus ancas el Padrillo e hizo sentar a la cría. Uno a cada lado, frente a su escritorio. Y luego de interminables espacios de silencio, cuidadosamente estudiados, les dio a conocer las novedades. El puesto de Director Supremo, Dueño de las Almas, Gerente Generalísimo, y otros títulos nobiliarios más, quedaba en poder de su hijo mayor, por ser más meticuloso, más perfeccionista, más atlético, tener más jopo, y demás “mases”.
    Rodolfo – el ungido – se sentó más erguido en su silla, mientras Federico se fue inclinando hacia abajo como en cámara lenta, cabeza, hombros, vientre, alma. Fue en ese instante en que el mayor se puso de pie y le dijo al Gran Dictador, a la sazón su padre:
- “Gracias padre. Sabia decisión has tomado. Y como gesto de reconocimiento, quiero darte esto”. Y acto seguido sacó de la parte trasera de su pantalón una pistola cromada, completamente cargada. Apunto a su pecho y le vació todas y cada una de las balas, hasta que su papá no fue sino un guiñapo sanguinolento desparramado en la silla.
Luego se sentó, miró a su hermano menor y le dijo:
- “Hermano, pibe, querido. Hasta hoy llegué. Esto no termina como Caín y Abel y todas las historias que nos contaron hasta ahora desde que el mundo gira. Termina como yo quiero. Porque este viejo hijueputa no nos va a cagar lo vivido en estos años y el amor que nos tenemos. Me importa tres carajos el puesto de mierda y los balazos se los tiene bien merecidos, por meter mierda entre medio de nosotros”.
Dos horas después la policía derribaba con barretas de hierro la puerta blindada del despacho, donde había un masculino de sesenta acribillado a tiros, y dos masculinos de aproximadamente cuarenta abrazados llorando. Como no se pudo encontrar ni el arma homicida ni rastros de pólvora en las manos de ambos, el Comisario ordenó la detención de los dos hermanos, a los fines de tomarles declaración indagatoria.

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