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jueves, 30 de julio de 2015

HIJO DE MAL PADRE, por Eva Marabotto, de Buenos Aires, Argentina

Le hubiese gustado nacer guacho. No llevar apellido o cargar con uno inventado por las monjitas del orfanato de alguna de las ciudades cercanas. Más le hubiese valido ser el fruto de una cruza entre anormales y cargar con sus taras y su propensión al babeo. Pero no fue así. Le tocó la puta suerte de ser el hijo de ese hombre y llevar el apellido que repugnaba a todo el pueblo. Ese que algunos usaban como insulto y otros como un sinónimo de lo ruin, lo vil, lo horroroso.  
   
Le había costado sobrellevarlo. Llegó  a hacerse llamar por el nombre de su madre., Durante sus años de pibe fue “el hijo de Nora”, después a fuerza de empujones y trompadas había impuesto el sobrenombre de “Toro”. Pero no tardó en descubrir que ya fuera que lo llamasen de una u otra manera siempre había un tono de voz, una mirada que le recordaban su relación con aquél hombre.
Claro que había intentado irse, dejar el terruño y armar una vida lejos de la cenizas de su madre.  Arrancar de nuevo en un caserío más o menos lejano. Pero hasta ahí lo había perseguido la fama de su padre y fue llegar y comenzar a notar las miradas de inquietud, los cuchicheos cuando entraba al almacén o se acercaba al mostrador de estaño del bar a pedir una ginebra. Así que había vuelto con su infamia a cuestas, con la seguridad de que en cada casa del pueblo conocían su estirpe
Y eso que hacía varias décadas que nadie sabía que se había hecho de su padre. Algunos decían que se había ahorcado para purgar su traición, pero ni el comisario ni una patrulla que mandaron desde la Capital habían sido capaces de encontrar el cuerpo. Hubo quién pensó que se había ido lejos y vivía sin culpas en alguna lugar remoto donde su fama no había llegado. Pero él sabía que eso no era posible. Llevaba su misma sangre y conocía el modo aquel en  que la culpa propia o heredada les quemaba la piel y les corroía las entrañas hasta salírseles por la boca como una bilis amarga que los ahogaba.
Alguna vez pensó que el pecado no había sido de su padre sino del destino. El maestro Pedro les había hablado en sus primeros años de escuela de aquel libro en el que estaba escrita la vida de cada uno, y de la fuerza descomunal que había que tener para torcer esas líneas. Claro que eso fue antes de que la adivina del circo aquel quisiese leer la palma de la mano de su padre. Nomás mirarla ella se puso blanca como un papel y soltó aquel brazo como si se tratase de una serpiente ponzoñosa.
La mujer esa no quiso contar lo que vio en los surcos de la mano de su padre. Sólo explicó que no era bueno, que era claro que él no venía de Dios, sino  de las filas de Mandinga y que su presencia iba a traerle tristeza y dolor al pueblo .  No en vano uno de los de su calaña había entregado a Jesús de Nazareth. Decía la mujer que la sangre de Judas Iscariote corría por las venas de su padre.
Según recordaba su padre  se había reído fuerte con la predicción. Todos en el pueblo conocían a su familia, sabían de dónde venía, que tenía un tío cura párroco en un pueblo vecino y una hermana beata encargada de vestir a los santos para las grandes fiestas. Pero aquél augurio quedó flotando en el aire y por algún motivo que jamás llegó a entender su padre no volvió a ser el mismo. Quiso revolver los archivos sobre su bautismo y recorrió varios pueblos a la redonda para reunir rastros de la  historia de sus ancestros. Habían sido gente de bien. Buena madera gráfico un parroquiano del bar donde, dicen, solía parar su abuelo. Pero no había más allá. Solo una madre inmigrante q lo crió sola y apenas hablaba castellano.
No quiso creerle a la adivina. Se le antojaba una fábula que su casta llegar hasta aquel árbol en que se colgó el traidor. Que la primer fortuna de los suyos hubiese sido un puñado de monedas de plata.
Pero en los últimos años aquella idea se le había vuelto una obsesión igual que a su padre el último tiempo que vivió en el pueblo. No comía y apenas pegaba un ojo.  Se limitaba a revolver las páginas de  libros antiguos que apenas podía deletrear y certificados de defunción llenos de polvo para encontrar un prueba de que su sangre estaba limpia.

Pero no halló un dato que le trajese tranquilidad y se acostumbró a vivir desconfiando hasta de su  sombra. Sintiéndose un paria. Hasta que sucedió la revuelta aquella en la única fábrica  que tenía el pueblo. Y hubo piquetes y protestas porque el patrón se negaba a pagar las horas extra y los salarios no alcanzaban para llevarle el pan a la familia. También hubo un hombre joven que comandó la revuelta que llegó en la noche y muchas preguntas de los milicos sobre la identidad del precoz comandante. Y ahí surgió la estirpe de alimaña de su padre que se apersonó en el destacamento y no sólo identificó a aquel muchacho sino q se apersonó a la casa en la que vivía con su novia y un bebé de meses. Nada más se supo del comandante joven. Sin líder los obreros volvieron al trabajo sin alcanzar ninguna de sus conquistas. El padre se hizo de unos pocos pesos q gastó en ginebra . estaba borracho cuando le recordado la profecía. No quiso aceptarlo y se fue del pueblo,.algunos dijeron que para ahorcarse en un árbol del camino. Otros que a seguir cumpliendo su destino de traidor. Ese que a êl le tocaría algún día.  

1 comentario:

  1. ¿Será el destino algo invencible? ¿O sólo algo que requiera una notable fuerza de voluntad vencer?

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