¿Existe algo más agradable que la propia
sabiduría, siempre que consideres que el equilibrio y el progreso proceden, en
todas las circunstancias, de la facultad de la inteligencia y de la ciencia?
Marco Aurelio, Meditaciones.
Aquella mañana, recién terminadas las fiestas
navideñas, iba a ir a visitar al hijo de un antiguo amigo fallecido este no
hacía mucho. No tenía muchas esperanzas, pese a ser catedrático el hijo de mi
fallecido amigo, de que el hombre me solucionara el problema que le iba a
plantear; pero pensé que, tal vez, me diera algunas indicaciones, libros,
artículos, por donde pudiera llegar yo a algún tipo de conclusión. Por supuesto
lo había llamado por teléfono. Y fue él quien indicó la hora y el lugar para la
cita. Fue, eso sí, muy amable y atento conmigo. Lo cual, en estos tiempos que
corren, ya es mucho.
Como siempre, me levanté muy temprano. Me duché y
vestí e hice tiempo en la sala de lectura mirando los periódicos y tomándome el
segundo café descafeinado. No tardó en aparecer doña Paquita enfundada en un
nuevo chándal, regalo de los Reyes magos de Oriente.
-Pero ¿dónde va usted tan emperifollado? -me
preguntó alegremente tras darme los buenos días y ajustarme el nudo de la
corbata.
-Al centro. He quedado con el hijo de un amigo
para hacerle un par de consultas.
-¿Se encuentra usted mal?
-No, no; este chico no es médico. Es catedrático
de filosofía.
-Vaya, pues podía usted haber avisado. Con las
ganas que tengo de salir de aquí.
-Si se quiere venir, todavía está usted a tiempo.
-¿En serio?
-Tiene media hora para cambiarse -le dije mirando
el reloj.
-Espéreme...
-Voy a la cocina a avisar de que no vendremos a
comer. La voy a invitar a usted.
-¿A qué se debe esa generosidad, a esa corbata
tan elegante que se ha puesto?
-Sí, señora. Para una vez que me pongo corbata la
quiero lucir.
No tardó mucho en volver doña Paquita. Iba
también muy elegante. Se colgó de mi brazo y salimos así de la residencia. El
autobús no tardó en pasar.
-¿Y puedo preguntarle -me dijo ya camino de la
ciudad- cuál va a ser el tema de la conversación? Vamos si puedo estar yo
delante cuando haga la consulta.
-Puede usted estar delante. Todos los
planteamientos que voy a hacer son filosóficos o históricos. A ambos a la vez,
no lo sé.
-¿Y de qué se trata?
-Muy sencillo. El otro día leí un cierto
artículo, que prometía mucho y cumplía poco, en el que se hablaba de Aulo Gelio
y de las relaciones, literarias, de este con Séneca y los estoicos. Hace
tiempo, mucho tiempo, también tuve yo interés por ambos autores. No recordaba,
desde luego, que Gelio tratara despectivamente a Séneca.
-¿Lo hace? ¿En serio?
-Entre otras lindezas lo llama homo nugator, que
no sé si traducir por hombre bromista o chapucero. Poco después, en el mismo capítulo,
lo trata de inepto y estúpido[1].
-Hay un cierto clímax en los calificativos -dijo
doña Paquita sonriendo.
-Sí, es innegable -le respondí- pese a que
algunos se empeñan en que Gelio era un escritor de segunda fila, no lo hacía
mal del todo.
-¿Y dónde está el problema? -quiso saber- Aunque
ya comienzo a vislumbrarlo -añadió.
-El problema está, para mí, en que tanto Gelio
como Séneca despiertan mis más hondas simpatías. Y quiero averiguar si la
animadversión de Gelio hacía el preceptor de Nerón es debido a las opiniones de
Séneca sobre algunos autores de su época, admirados por Gelio; al estoicismo,
como una filosofía que no soporta Gelio, o a que estaba de moda en Roma
despreciar a Séneca y a cuanto este representaba, a su estilo, o a qué...
Después de leer el artículo del que le he hablado antes, estuve releyendo los
capítulos de Gelio y meditando. Es cierto que el primero que le dedica puede
pasar por una broma, por una punzada a Séneca por atreverse a corregir a los
poetas, Virgilio entre ellos, que Gelio admiraba, y que él mismo critica.
Aunque, creo, no le falta razón a Séneca cuando ataca a Cicerón. Según Séneca,
este alaba unos versos de Enio para ser indulgente con los versos propios, que
eran muy malos. Y eso es lo que, creo, no le perdona Gelio a Séneca.
-¡Ah, señor mío! -exclamó doña Paquita-, de los
tuyos quieras mal decir, pero no mal oír.
-Algo así he pensado yo. Pero no me he quedado
satisfecho. Creo que he entendido bien los dos capítulos de Gelio, los he leído
en latín; pero quiero asegurarme, quiero consultar un par de traducciones, y
quiero saber qué se opinaba en Roma sobre el estoicismo en la época de Gelio.
Creo que ahí está el problema. Dice Gelio de Séneca que sus libros son
vulgares, de estilo flojo y sus razonamientos los propios de un leguleyo.
-Y ahí es donde entra el hijo de su amigo.
-Sí. Es catedrático de filosofía. Algo me podrá
decir, digo yo.
-No confíe mucho, por si acaso -dijo un tanto
escéptica.
-Sí que confío. Aulo Gelio en el capítulo
siguiente de su libro, y de este no se habla en el artículo que leí, cuenta la
visita que un tal Tauro le hace a un amigo suyo, camino de los juegos de Delfos[2]. Por lo que
cuenta, el amigo de Tauro, un estoico, se está muriendo de lo que sospecho es
un cáncer de colon. El dolor le hace gemir y retorcerse. Y ese dolor y esos
gemidos son utilizados para atacar al estoicismo, por decir este que el dolor
no es nada...
-Una tontería por una parte, y una total falta de
tacto por otra, ¿no le parece?
-Me ha recordado lo que en mi adolescencia nos
contaban los curas en las clases de religión: que Voltaire renegaba de Cristo y
de toda la corte celestial; pero en su lecho de muerte no cesaba de invocar a
Dios...
-Todos tenemos derecho a tener miedo, suponiendo
que eso que le contaban los curas sea verdad. Y tal vez lo que dice el
estoicismo sobre el dolor sea una forma de precaverse contra él, ¿no le
parece?, de conseguir la ataraxia, o algo parecido.
-Pues, mire, no le voy a decir que no. El otro
día me trajeron un regalo que me está gustando mucho: una biografía del
emperador Marco Aurelio. Es una obra ingente. Y en un momento determinado se
dice en ella que los romanos recurrían a la adopción, como el entregar a los
niños a las nodrizas, para evitarse el dolor por la muerte de los infantes.
Como sabe la mortandad infantil entonces era terrible.[3]
-Claro, si el estoicismo negaba ese dolor, es
normal que Gelio, y otros, lo atacaran.
-Sí, vista así la cosa es una estupidez decir que
el dolor no es nada y que no puede doblegar al sabio. Pero, claro, tenemos que
poner en solfa todo, o casi todo, de lo que nos ha sido transmitido. No termino
de verlo claro.
-Pero ¿aún está usted así?
-A veces -le contesté un tanto enojado conmigo
mismo- cuesta desprenderse de la mucha bazofia que llevamos encima. Quizás -añadí
a modo de disculpa- porque no hemos pensado mucho en ello, o nos olvidamos de
las cosas. Somos muy imperfectos, doña Paquita: siempre estamos olvidando...
-No podría ser de otra forma. Si no olvidáramos
la vida sería un tormento.
-Pues en ese caso deberíamos olvidar lo malo y
retener, por ejemplo, todo lo leído. Y sin embargo, lo olvidamos. Por culpa del
artículo que leí ayer me estoy planteando releerme a Plutarco, a Montaigne y a
no sé quién más. ¡Los he olvidado a todos!
-¿Para dilucidar lo del estoicismo?
-Sí. Se ha convertido en mi problema vital.
Aunque creo que negar el dolor es una forma de defenderse contra él. Es como la
tontería aquella que pronunció un padre cuando le dijeron que su hijo había
caído en el combate. “Mortal lo engendré” -dicen que respondió.
-Sí, es posible que dijera eso: a los hombres les
gusta mucho pronunciar frases para la eternidad. Pero, luego, en la oscuridad
de su habitación, él sabe las lágrimas que derramaría, y hasta qué punto el
dolor le resultó insoportable... En público había que mantener el tipo.
Recuerde la crueldad hacia los niños, algo tan típicamente mediterráneo. Y que
quizás enmascaraba el miedo, sin duda.
-¿Y es cierto -pregunté todavía incrédulo- que
los romanos entregaban a los niños a las amas de leche para evitarse el dolor
por la más que posible muerte del bebé? Siempre se nos contaba que lo hacían
así las mujeres para conservar la figura, para no estropear sus bellos pechos.
-Eso último no deja de ser una tontería.
-Sí; pero ese sería otro tema de investigación:
hasta qué punto nos hemos ido tragando la infinidad de tonterías que han
llegado a conformar un sistema con el que se nos ha ido educando, o se ha
pretendido... Yo creo que el estoicismo trata de alertar contra el dolor, de
ponernos en guardia contra él. Habría que estudiarlo.
-Plantea usted una tarea ingente. Eso sería algo
así como un estudio de las ideas recibidas, cosa que ya hizo Gustave Flaubert,
si no me falla la memoria.
-Sí, -respondí-: nada nuevo bajo el sol. Como no
sea el esperpento.
-¿Se refiere usted a la situación política
actual? ¿Al pactómetro y a todas esas tonterías de unos y de otros para formar
gobiernos y seguir en el poder?
-No, no me refería a eso. Anoche, cuando terminé
de leer el artículo que ha motivado este viaje, en la cama estuve pensando en
cuánto me gustaría tener ahora 20 años, sin perder lo que sé, ser rico, y poder
dedicarme a estudiar las cosas que me gustan o me causan algún problema. Por el
puro placer de saber.
-¿Y no le parecen esas ensoñaciones una forma bastante
absurda de perder el tiempo?
-La verdad es que sí -le respondí sonriendo. Pero
me gustaría mucho dilucidar de una vez, si es posible, la postura de Gelio con
respecto a Séneca. Con respecto al estoicismo, y siguiendo con la lectura del
capítulo donde cuenta los dolores del enfermo de cáncer, no le falta a Gelio
una cierta elegancia: los quejidos del enfermo -afirma- son la lucha contra la
enfermedad, no los lamentos del sabio.
-Y si fuera así ¿qué habría de particular? ¿Hay
algo más natural que el llanto y el quejido? A lo mejor lo que quería Gelio es
que los estoicos se mostraran más humanos, que no escondieran sus sentimientos.
Y no le dé más vueltas. Quizás en el fondo todo sea una tontería: una cierta
animadversión de Gelio a Séneca, y ya está, no hay más. Unos escritores nos
caen bien y otros mal. Tal vez no haya más explicación.
-Es posible. Creo recordar que el estoicismo es
duro en algunas ocasiones.
-Sí. Yo también creo recordar que es así. No en
vano está muy cercano del cristianismo.
-¿También está usted enterada de esto?
-No mucho. Pero estoy recordando que hubo un
autor español que también tuvo su interés por el estoicismo, y que esto estuvo
a punto de costarle la cárcel. Le hablo de Francisco de Quevedo. Tengo el libro
por casa[4]. Si nos sobra
tiempo, nos acercamos, lo cojo y se lo dejo.
-Usted ve como si que vale la pena preguntar e
indagar -dije bajando ya del autobús-. Y por supuesto que vamos a tener tiempo
de ir a por ese libro. Aunque a mí lo que me interesa es la recepción del
estoicismo en la Roma de Aulo Gelio, y la de Séneca.
-Bueno, pues con eso, con lo que le diga el chico
que vamos a visitar, y con Quevedo, podemos montar unas bonitas conversaciones
en la residencia.
-Le tomo la palabra -dije deteniendo un taxi y
dándole la dirección de la universidad.
[1] Aulo Gelio, Noctes
atticae, XII, ii
[2] Aulo Gelio, Noctes
atticae, XII, v
[3] Frank McLynn, Marco
Aurelio. Guerrero, filósofo, emperador. La esfera de los libros, Madrid,
2011. Traducción de Teresa Martín Lorenzo, p. 129 y ss.
[4] Francisco de Quevedo, Defensa
de Epicuro contra la común opinión. Editorial Tecnos, Madrid, 2008
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