Carlos
Aprea nació el
14 de diciembre de 1955 en La Plata, donde reside, capital de la provincia de Buenos
Aires, la Argentina. Fue secretario legislativo del Bloque del Partido
Socialista en el Concejo Deliberante de La Plata en el período 2002/2005 y
miembro fundador de la Cátedra Libre de Soberanía Alimentaria (2003/2006). Ha
sido columnista en diversos programas radiales y ha dictado talleres sobre
formación actoral, creatividad y poesía. Publicó los poemarios “La
intemperie” (Ediciones Al Margen, 1999), “Abrigo” (Ediciones Al
Margen, 2006), “La camisa hawaiana” (Libros de la Talita Dorada, 2010), “Pueblos
fugaces” (Libros de la Talita Dorada, 2012), “Villa Elvira” (Pixel
Ediciones, 2014). Su quehacer ha sido incluido en diarios y revistas tanto en
soporte papel como electrónico, y en las antologías “8 poetas regionales” (2º
Premio Concurso EDELAP de Poesía, 1997), “Poesía 36 autores” (La Comuna
Ediciones, 1998), “Pan, amor y poesía — Culturas alimentarias argentinas” (compilación
de José Muchnik, Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria, 2008), “La
Plata Spoon River” (compilación de Julián Axat, Libros de la Talita Dorada,
Colección Los Detectives Salvajes, 2014), “Antología relámpago” (Pixel
Editora, 2014).
1 — Te recibiste de Técnico
Químico en 1974.
CA — Sí,
entonces concluí el “colegio industrial”. Luego del interregno del obligado
servicio militar, en 1975, comencé estudios de geología en la Facultad de
Ciencias Naturales de la Universidad Nacional de La Plata, en 1976, y los
interrumpí en 1978. También entre 1976 y 1980 formé parte del Taller de
Investigaciones Dramáticas dirigido por Carlos Lagos y más tarde integré un
numeroso equipo de trabajo bajo la dirección de Quico García, que en 1981 y
1982 llevó a escena una elogiada versión de “Woyzeck”, de Georg Büchner. Mi
continuidad actoral se prolongó hasta 1985, participando en “Escorial, la
leyenda negra”, con dirección de Rafael Garzanitti (1982), “Vincent y los
cuervos”, con dirección de Quico García (1983/84, La Plata; 1984, Capital
Federal) y “Antonito el Camborio”, oratorio y coro de la Facultad de Bellas Artes,
UNLP (1985). Por entonces fueron apareciendo mis primeros trabajos de escritura
en las revistas culturales “Talita” y “El Hormiguero”. Ejercí como Técnico
Químico en el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas
(CONICET, 1977 y 1980/82), de donde me fui echado, por diferencias
“conceptuales” con el director del centro de investigación. Cumplí funciones
como Inspector de Perforaciones en Obras Sanitarias de la Provincia de Buenos
Aires (1978/1980) hasta que la política (de la dictadura) en el área dio un
giro, desarmaron la repartición y preferí cambiar antes que quedar en una
extraña oficina de “mayores costos” para el Estado y “mejores ganancias” para
las empresas contratistas.
2 — ¿Y ya después?...
CA — En los
primeros años de democracia me desempeñé en la librería “Libraco”, de Emilio Pernas,
donde conocí a intelectuales y artistas que regresaban de distintos exilios
(León Rozitchner, Saúl
Yurkievich, Javier Villafañe, etc.) y visitaban al viejo librero. Verdaderamente,
“Libraco” era una fiesta. Desde 1985 hasta entrados los ’90, mi endeble
situación económica y la falta de trabajo, me obligaron a alejarme de mi ciudad,
de la actividad grupal y del teatro. Inicié una fase de mayor introspección, y
la escritura y mis hijas fueron la posibilidad de asirme a la belleza y la
esperanza. Recién en 1988 y gracias a los oficios de mi padre, pude ingresar a
Yacimientos Petrolíferos Fiscales y estabilizarme, pese a la crisis general.
Con turnos rotativos continuos fue muy difícil retomar proyectos grupales, pero
seguí escribiendo. En 1997, por el empuje de amigos (particularmente el poeta,
filólogo, traductor y docente Juan Octavio Prenz), decidí dar a luz algunos
poemas, presentándome en un concurso en donde obtuve el segundo premio y mi
primera publicación en una edición colectiva. Paralelamente, la Editorial
Municipal La Comuna (con la dirección del narrador Gabriel Bañez y la especial
asistencia del poeta Osvaldo Ballina) incluyó poemas míos en la primera antología
de poetas platenses que proponía dicha Editorial. Allí se afianza una nueva
etapa en donde a la generosidad de Osvaldo, sumo la de Ana Emilia Lahitte
(1921-2013), quien también me alienta. Y, sobre todo, me integro a un grupo de
poetas de mi generación: Gustavo Caso Rosendi, César Cantoni, Martín
Raninqueo, José María Pallaoro, Norma Etcheverry, Norberto Antonio, etc. y
tengo el gusto de tratar a los mayores: Horacio Castillo, Néstor Mux, Horacio
Preler. En ese marco, decido editar mi primer libro, “La intemperie”,
con una joven editorial (Al Margen) y con un prólogo de Prenz.
3 — Tu actividad teatral, y hasta cinematográfica, prosiguió.
CA — En la
década de los ´90 dirigí a una excelente actriz platense, Graciela Sandoval, en
“Memoria y celebración”, unipersonal con textos míos y citas de diversos
autores, pero recién a partir del nuevo siglo pude retornar con plenitud a la
actividad. En 2006 dirigí “Pervertimento y otros gestos para nada”, de José
Sanchís Sinisterra, y en 2007 regresé a la actuación en “Ensueños – Juana
Azurduy”, de Omar Mussa y dirección de Nina Rapp, obra que representamos no
solo en La Plata sino en el interior de la provincia y en distintas localidades del país, entre 2008 y
2013. Y con el mismo equipo realizamos “Palabras… La palabra ausente” en 2009 y
2010. En 2011 un accidente de trabajo me alejó de la actuación y posteriormente
apenas intervine en algunas funciones de “Ensueños” con el mismo elenco.
Fue en 2007 cuando participé en el cortometraje “Entropía” (Facultad de Bellas
Artes – UNLP), así como en 2013 lo hice en “Cipriano. Yo hice el 17 de
octubre”, largometraje de Marcelo Gálvez, y en algunos capítulos de una serie breve, que recién en los últimos
meses pudo verse por la web: “Rastreros”, con guión de Marcelo Landi y Gabriel
Saxe y dirección de Mariano Colalongo. La serie plantea el devenir de un grupo
de refugiados en la Isla Paulino (de Berisso), en un futuro postapocalíptico,
con inundaciones, desastres energéticos y
quiebre del estado.
4 — ¿Nos ilustrás respecto de las antologías compiladas por José Muchnik y
Julián Axat?
CA — Ambas
son “temáticas”, responden a una situación extra literaria. En el caso de “Pan,
amor y poesía – Culturas alimentarias argentinas”, fui convocado a partir
de mi participación en la Cátedra Libre de Soberanía Alimentaria y en
experiencias vinculadas a lo que se da en llamar “desarrollo local”: el cultivo
del tomate platense y el vino de la costa, dos producciones muy típicas de la
región donde vivo y cercanas a mi historia personal. En el caso de “La Plata
Spoon River”, fue por una invitación del poeta y editor Julián Axat quien,
a partir de la tragedia padecida en mi ciudad con la terrible inundación de
2013, decide incorporar a un grupo de poetas de distintas zonas del país, para
que asuman, al estilo de Edgar Lee Masters, la escritura de un texto o poema
póstumo de alguno de los ochenta y nueve fallecidos, es decir, darle voz a
quienes no pudieron tenerla e incluso fueron silenciados y ocultados por
mezquinos cálculos políticos (ya que el número total de víctimas, al principio,
no quiso ser reconocido por las autoridades); fue una labor compleja pero,
creo, necesaria.
5 — En el aglomerado urbano Gran La Plata se halla la localidad Villa
Elvira, y así se titula tu último poemario.
CA — Villa
Elvira es un barrio muy extenso y probablemente el más poblado de la periferia
del casco histórico de La Plata. Es donde pasé mi infancia y casi toda mi vida
adulta, desde que regresé en 1985. Los textos que conforman el volumen reflejan
historias, personajes y sensaciones vividas; y las transformaciones sucedidas
en los últimos años, que han cambiado sustancialmente al entorno urbano y sus
pobladores. Me llevó su tiempo no caer en la trampa melosa de la nostalgia y
encontrar el tono justo para el conjunto. Considero que algunos de los poemas
se salvan.
6 — ¿Y tu próximo poemario?
CA — Me
suele suceder que tengo varios proyectos “añejándose” en alguna carpeta de mi
computadora o incluso, en algún conjunto impreso, dando forma embrionaria a un
futuro libro. Pero hay ya una colección de poemas corregidos que articulan un
relato amoroso, una experiencia, que probablemente se llame “Layla en la
tierra sin mal”. Tengo otro conjunto que estoy preparando con el título de “Tregua
en la propia casa” y un tercero, muy breve, “Historia natural –
Canciones escanciadas”. En los tres casos, la cuestión del amor, los
vínculos humanos, están en el centro de la escritura y al mismo tiempo, hay un
homenaje, más o menos velado, a canciones o formas musicales que me han
acompañado y me acompañan aún, entrelazadas con la vida.
7 — Sos miembro de Pixel Editora.
CA — Sí.
Participo en una experiencia colectiva, independiente y autogestiva, que lleva
adelante un entusiasta grupo de jóvenes en una casa–librería llamada “El
Espacio”, en la calle 6 y diagonal 78 de La Plata, en donde coexisten una
librería, distribuidora y editorial (“Malisia”), otras tres editoriales (Píxel
Editora, Club Hem Editores y EmE), un taller de diseño, arte gráfico y
encuadernación (Fa) y otras iniciativas afines al libro y la difusión cultural
(Agenda Záz). El ámbito permite el dictado de talleres, presentaciones de
libros y lecturas, proyecciones, pequeños recitales musicales, etc. Ya cumplió
un año de trabajo ininterrumpido ofreciendo un refugio para la creación, el
intercambio y el encuentro, lo que me gusta llamar “la socialización de los
afectos”, imprescindible frente a la ferocidad del mundo.
8 — Dos citas de Baruch Spinoza y una de René Char anteceden cada uno de los
tres capítulos de “Abrigo”.
CA — Alguien escribió una vez que las citas en un texto son como puntales, que
el autor coloca aquí o allá con la pretensión de que sirvan de sostén a una
construcción de la cual duda…; también es posible que funcionen al estilo de
las oraciones cristianas o de las invocaciones a los dioses protectores. Prefiero
pensar que son un modesto homenaje, una confesión de influencias. Releo cada
tanto “Hojas de Hipnos” de Char y su
hondura me fascina, es puro alimento; y encuentro en Spinoza algunos caminos
para entender los males de la época. “Abrigo”
arma lazo con el descubrimiento de la esperanza, después de “La intemperie”, y tanto uno como otro
me han acompañado en ese derrotero.
9 — “Pueblos fugaces” está precedido en cada sección por epígrafes de
Thomas Radcliffe (1525-1583).
CA — “Pueblos fugaces”
nació a partir de un conjunto desordenado de poemas vinculados a experiencias
de viaje; fue tomando más volumen cuando comenzaron a irrumpir lugares
imaginarios. Me obsesionaba encontrar un orden a ese conjunto y así apareció
Thomas Radcliffe, un heterónimo insospechado que me asaltó una noche de
insomnio y me ofreció un libro apócrifo: “El
camino del andariego”. Seguramente operaron en mí algunas lecturas sobre
las andanzas de Aimé Bonpland y Alexander von Humboldt por América, y algunos
viajeros ingleses y galeses por la Patagonia, como para dar vida a este ignoto
epigrafista.
10 — Fuiste incluido con un artículo o relato en un volumen cuya autora es
Ángela Gentile: “Diáspora griega en América” (Editorial Hespérides, La
Plata, 2015).
CA — La propuesta surgió a partir de la invitación de una
amiga, la escritora y docente Ángela Gentile, fundadora de la Asociación “Ser
Griegos”. Consistió en elaborar una biografía ficcionalizada, de unas 2000 a
2500 palabras, contando con escasos datos obtenidos oralmente, de una persona
real, un griego de la ciudad de Berisso, para formar parte de un libro coral
que recogiera vidas de exilados griegos en Argentina y América Latina: el
enorme patrimonio que aportaron y sus historias en la tierra natal. En mi caso,
la brevedad y complejidad del testimonio oral que se me ofreció, me sumergió en
una apasionante búsqueda por la geografía y el devenir contemporáneo de Grecia.
Cuando el volumen se presentó logré conocer a miembros de la familia de quien
había contribuido con su testimonio y completar la semblanza de alguien a quien
aprendí a respetar y apreciar como un auténtico testigo de su pueblo.
11 — ¿Nos referimos a tu condición
de melómano?
CA — Con
preferencias por el jazz (de los ‘50 para aquí), el rock, la música folklórica
argentina, latinoamericana y europea, la música barroca y contemporánea. Crecí
en una familia con escaso bagaje musical, vinculada a las colectividades de
origen, italiana y española y, en el caso de mi padre, por esa vocación
argentina de los hijos de inmigrantes por el tango. Era un amante de Gardel, el
uruguayo Julio Sosa y el tango de los ‘40 y primeros ‘50, pero aborrecía a Astor
Piazzola. Mi formación arranca tanto por el rock como por los cantautores de
los ‘60: Joan Manuel Serrat, Paco Ibáñez, Patxi Andión, y la nueva música
folklórica argentina y latinoamericana: Violeta Parra, Alfredo Zitarrosa, y un
largo etcétera. Con el jazz me encuentro en los comienzos de la dictadura de
1976 y empiezo a escuchar a los grandes del bop y del cool
de los años ‘50 y ‘60. Me enamoro de Miles Davis, Keith Jarret, ¡Charly Haden!
y muchos otros. Hay un acervo cultural enorme en los años que van desde final
de la segunda guerra a los ‘80, por lo menos. Considero que se ha ido perdiendo
esa riqueza y hay una estandarización tremenda de las propuestas musicales (lo
mismo que con la cultura en general) que se corresponde con lo que Castoriadis
llamó “el avance de la insignificancia”.
Estamos en una época en donde la profundidad puede hallarse en la experiencia
con pequeños grupos, fuera de la grandilocuencia de los planteos del
“mainstream”, de los presupuestos y dictados del “mercado”. Estamos inundados,
por otra parte, de un interminable “revival” y refritos de músicas de las
décadas pasadas, y eso es solo otra estrategia de mercado: golpes de pura y
envenenada nostalgia.
12 — Tengo entendido que has
viajado tanto como te ha sido posible.
CA — Por arraigada convicción y necesidad vital. Recorrí
gran parte de nuestro país, varios de Latinoamérica y algo de Europa. Hay un
cambio psicofísico comprobado en quienes prepondera el hábito de los viajes. Un
nuevo sentido de pertenencia a la manada humana, de respeto frente a las nuevas
geografías. Una manera mejor de ubicarse frente a los propios conflictos, las
expectativas, las esperanzas. Y lo más conmocionante, el mayor aprendizaje es
cuando uno se anima a “perderse” por callecitas, por senderos poco explorados,
por fuera de la postal turística. Recuerdo ahora, por ejemplo, una charla con
un maestro campesino de Cotacachi, en Ecuador, que mantuvimos mientras
almorzábamos en una feria de comidas típicas y bailes, donde permanecimos hasta
proseguir nuestro trayecto a Quito. El maestro nos explicó, con absoluta calma
y dedicación, la concepción de justicia de las comunidades indígenas andinas,
en donde enseñaba. Terminamos de almorzar y se despidió calzándose el sombrero
y diluyéndose entre el gentío.
13 — ¿Y los deportes?...
CA — No he sido un buen
deportista precisamente, pero me atraen los deportes de
equipo. En futbol soy hincha (no fanático) de Gimnasia y Esgrima La Plata, y
del Barcelona F. C., como para compensar tanta sequía de triunfos locales. Hay
una belleza implícita en el buen juego que, cuando sucede, provoca una emoción
sin dudas estética. Siento que pasa lo mismo en el rugby o el básquet. Pero no
he mantenido hábitos deportivos; si algo me ayudó a sostener alguna
disponibilidad física es la práctica teatral y las disciplinas vinculadas.
14 — Sos miembro de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos de La
Plata.
CA
— En realidad, he sido miembro activo durante algunos años, a fines de la
década de los ‘90. Sucede que por haber trabajado, a comienzos de la
recuperación democrática, junto a Emilio Pernas, miembro fundador de la APDH de
La Plata, conocí a muchos de sus integrantes y valoré (y valoro) su sostenida
defensa y promoción de los derechos humanos. Las consecuencias de la última
dictadura militar sobre el tejido social y cultural de nuestra región han sido
tremendas. La Plata fue uno de los epicentros de la represión sistemática y las
huellas están presentes aún hoy. Dentro de la actividad artística fue casi
impensable para nuestra generación no reflexionar sobre esa época y actuar en
consecuencia tratando, al menos, de impulsar la verdad y la justicia sobre la
barbarie cometida y el castigo a los culpables.
15 — Si sos un tipo sociable y hasta
te agrada cocinar —según me refirieron—, tendrás bastantes amigos.
CA — A esta altura de la vida, ¡y después de varios años
de intoxicaciones virtuales!, no creo que la amistad tenga que ver con la
cantidad, tampoco con una selección de distinguidos o exquisitos. Pero es
cierto que me gustan las reuniones, la conversación, la charla animada con
algún brebaje compartido y esa leve exaltación de los sentidos que hace que la
afabilidad y la empatía brillen. Hay que preservar y ampliar esos espacios de
convivencia. Hay una concepción de la cultura como mero entretenimiento que
está matando la formación de un público inteligente y sensible frente a los
problemas humanos. Una alternativa igualmente miserable es la idea de lo culto
como una acumulación de datos, como si se tratara de postales o fichas para
demostrar cierta pertenencia social, cierto “roce”. En ambos casos se degrada
el trabajo creador y el hábito del dialogar, del intercambio, no solo de
certezas, sino de lo que es más importante: dudas, hipótesis imprecisas, el riesgo
del placer de lo inseguro, aquello que por bello o insondable nos conmueve. En
ese momento cada uno se cierra en una ristra de lugares comunes y la amistad,
como el amor, se degrada.
16 — ¿Qué poetas admirables, olvidados o no tanto, no han modificado el curso
de la literatura, y cuáles sí lo han hecho?
CA — No sé responderte. Quizás porque no tengo un canon adquirido, ni una
formación académica con la cual dialogar, discutir, aprobar, refutar. Evalúo, más
bien, que en la historia hay “corsi e ricorsi” y además, somos parte de una
cultura en profunda mutación, cuyo sentido, su dirección, es para mí un
misterio. Por ejemplo, ¿alguien ha recogido el guante de Miguel Ángel Bustos
[1932-declarado desaparecido por la dictadura militar el 30.5.1976] y estudiado
a fondo las poéticas de las culturas originarias de América como para generar
un nuevo lenguaje americano? ¿Es posible ir más allá de las búsquedas de un
Gelman o Leónidas Lamborghini con sus planteos sobre la lengua? ¿Es posible
recuperar o reformular el vínculo de la poesía con el ritmo y la música
presentes en los orígenes del propio idioma español? ¿Es posible superar cierta
desmedida atracción por un canon “norteamericanizado”? Por otra parte, hay una
excesiva propensión a fijar campos, clasificar, esquematizar o periodizar a la
cultura, y a mí no me interesa. Es una tarea de la Institución. Lo que debe ser facilitado es el acceso a la
poesía universal y después, que cada uno encuentre su poeta. Reconozco que en
distintas etapas he necesitado la novedad, y en otras volver a las fuentes de
mis primeras lecturas o de la propia lengua, pero en todos los casos, yo no
puedo separar totalmente poesía y experiencia y ése es mi límite, tanto para la
exploración como para el gusto. Entonces no se cuán olvidado está un Cesare
Pavese o un Baldomero Fernández Moreno, por poner algún ejemplo, porque el
problema es otro: muchos no los conocen y sus lecturas están guiadas por el
canon de cierta moda muy sitiada y elemental.
17 — En “Yo el supremo” de Augusto Roa Bastos, esto: “Delirio de la
transparencia: el lector, olvidado del libro, se ve mirado y leído por los
personajes”. ¿Alguna experiencia tuya de lectura se acercaría a lo descripto?...
CA — Sí, lo he percibido en mi adolescencia, con algunos libros de Bradbury
(recuerdo, por sobre otros, “El vino del
estío”); lo he sentido en los ‘90 con algunos de Paul Auster; no olvido el
impacto de la lectura de Roberto Arlt en mi juventud, el terror de ser un
Erdosain sin rumbo, vagando por una ciudad devastada. Hay algo en los grandes
libros que inevitablemente nos interpela en tanto humanos, nos enfrenta con
nuestras propias dudas y decisiones vitales. Pasa con la gran literatura, con
la gran poesía. Cómo no recitar en plena dictadura, como un mantra mental, el “mañana es mejor” del amado Luis Alberto
Spinetta; cómo no sentir que Raúl Gustavo Aguirre cuando escribe “(...) No importa que no haya solución para
nadie ni perdón para nadie,/ ni si al fin estás solo en las salinas de la
madrugada/ haciendo todo lo posible para que salga el sol,/ para que esos
rostros queridos no se hundan en los rápidos de la nada/ que acecha tanta
maravilla”, está hablando de nosotros, de nuestra tremenda orfandad, de
nuestra esencial desolación.
18 — ¿Qué te hace reír a mandíbula
batiente?
CA — Desde
hace dos años, el humor, la alegría, tienen que ver con mi nieto. Es difícil no
caer en lugares comunes, pero la presencia de un niño revitaliza al niño propio
y con él uno se permite toda clase de ridiculeces y absurdos. Siempre me ha
entusiasmado ese tipo de comicidad. Puedo escuchar una y otra vez algunos de
los monólogos de Daniel Rabinovich con “Les Luthiers” y no dejo de llorar de la
risa con sus juegos de palabras; lo mismo me pasa con los grandes del cine
mudo, como Chaplin o Buster Keaton.
En lo estrictamente personal, me
complace recrearme con el ridículo cuando tengo la posibilidad de hacerlo,
sobre todo para escapar de cierto malestar que me “encabrona” como consecuencia
de realidades que me violentan (también, claro está, por el propio avance de mi
edad). Pese a diferencias, o incluso algún que otro malentendido, con mis
hermanos sobrevive cierto hábito del juego absurdo y el humor, y es muy
curativo.
19 — ¿Carlos Mastronardi, Francisco Madariaga o el ya citado Leónidas
Lamborghini?
CA — Me
golpeó primero Madariaga, ese “criollo del universo” me parece entrañable y
bellísimo, esa especie de sincretismo entre la vanguardia surrealista y su amor
por la tierra natal, “lo real maravilloso” de los esteros, imágenes de una
potencia arrasadora. En Lamborghini me seducen sus escarceos sobre los
mecanismos del idioma y su vocación política profunda. Política en el sentido
más ubérrimo del término, como sentía Vallejo o Gelman; en Lamborghini hay una
ironía que viene en la lengua amasada desde el fondo de nuestra historia, presente
en nuestras clases populares, en sus mitos y en sus esperanzas y luchas, y él
opera con todo el andamiaje de la vanguardia, para resignificarla, para hacerla
presente vivo. Con Mastronardi me he atrevido poco, y lo poco leído lo debo a
los poetas mayores de La Plata. Alguna vez charlamos con Mux o con Preler sobre
lo que significó Mastronardi para ellos; creo que su poesía está emparentada
con las suyas, una forma de llegar a una economía del lenguaje sin
altisonancias, sin recarga emocional, un “objetivismo de provincia” me animo a
decir, para poder hablar de graves o sencillas cosas y conservar un sentido
casi sacro del poeta y su oficio, esquivando banalidad y grandilocuencia, dos
graves carcomas del poema.
20 — ¿Sor Juana Inés de la Cruz, Katherine Mansfield o Delmira Agustini?
CA — No
son escritoras que haya leído exhaustivamente. Me siento más cerca de Katherine
Mansfield, por temperamento, por su peripecia vital, pero volver a leer a Sor
Juana o a Delmira es refrescar el idioma propio. Necesito, cada tanto, releer
la extensa historia de nuestro español. No se puede, me parece, abandonar a
Quevedo, Jorge Manrique, Cervantes…, San Juan de la Cruz, las cántigas de
Alfonso X, los viejos romances, los cantares de gesta…
21 — Opina una de las dos narradoras de la novela “La elegancia del erizo”
de Muriel Barbery: “La facultad que tenemos para manipularnos a nosotros
mismos para que no se tambaleen lo más mínimo los cimientos de nuestras
creencias es un fenómeno fascinante.” ¿Añadirías…?
CP — A pesar de que sabemos que somos
equilibristas, allí arriba, entre vientos cruzados, sonidos sorpresivos, un
pájaro inesperado que nos roza el hombro y el rumor que sube desde quienes nos
observan desde el suelo, ajustamos milimétricamente cada músculo del cuerpo, segundo
a segundo, para no caer de la cuerda… Pero tal vez sentimos que somos como las
casas flotantes de Ámsterdam o el Tigre: no hay cimientos, nuestras creencias
no pueden sostenerse como una roca imperturbable en un planeta en permanente
mudanza, en permanente desarraigo. Quizás lo único inmutable sea la
interrogación que llevamos grabada a fuego dentro nuestro y empuja algo
parecido a una fe, algo para tener con qué seguir viviendo.
22 — “¿La rutina te aplasta?” ¿Qué rutinas te aplastan?
CA — ¡Deseo
un poco de rutina…! Estos últimos años han sido muy activos, con proyectos y
participaciones diversas, con muchos encuentros, charlas; no percibí que me
hayan provocado desánimo, que me hayan “aplastado”. En todo caso, me han
golpeado datos de la realidad social y política, de la cual solo puedo
responder con mi cuota de esfuerzo y aspiraciones. En más de una oportunidad he
sentido la urgencia de vivir con la mayor intensidad posible.
23 — ¿Qué tipo de dramaturgia preferís? ¿Cuál detestás?...
CA — Hace
unos meses vi “Terrenal”, de Mauricio
Kartun y salí exultante del Teatro del Pueblo. Es la dramaturgia que más me
interesa: replantea una gran historia universal trasplantada a nuestra geografía
y nuestro acontecer (y con una labor actoral soberbia a partir de un evidente
buceo en la gestualidad y el juego y el sinsentido propio del humor de
insoslayables actores que hemos tenido por aquí). No es la primera vez que me
pasa con Kartun. Detesto la dramaturgia que no arriesga, el subproducto
televisivo. Y, en parte, el teatro de gran producción (particularmente la
comedia musical) que se ofrece como un calco de producciones importadas, sin
trazos de adaptación o relectura: una nefasta banalización.
*
Carlos Aprea selecciona poemas de su
autoría para acompañar esta entrevista:
También vivimos
de recuerdos,
de evocaciones,
también vivimos
en la playa desolada,
desguarnecidos,
llamando inútilmente
en la tempestad,
también vivimos
la marea baja lenta
y se vislumbran
manchas,
basuras,
restos
sobre la playa,
caminamos
sobre la anatomía descuartizada
de la derrota,
aún son tenues los llamados,
tenues y temerosos,
un horizonte en brumas,
así
también vivimos
entre ceremonias de exhumación
y primaveras
esta nueva estación
y sus milagros
de horas dilatadas,
de reencuentros,
de homenajes tardíos y delirios,
del sabor amargo de la nada
y el hambre
de lo imposible,
y la fe y los rencores,
también vivimos.
(de
“La intemperie”)
*
Los perdedores
gozosa herida,
insistencia absurda de golpearse y golpearse
con la misma miseria los oídos,
noble madera carcomida, herrumbre de los años,
persistencia,
canción cortada por el hacha de un carnicero
viva en sus pedazos,
crece en tiempo de descuento,
cuando la edad comienza a ser una amenaza,
crece
una música tatuada en las entrañas,
para que la clasifiquen los imbéciles
y le teman los traidores,
y los asesinos sepan que nunca descansarán
y aunque sea
les sirva de condena,
no hay llanto tan feroz,
ni dolor tanto,
melodía embrujada que nos arrimas al borde aquel
de la derrota,
y nos empujas seductora a ese otro lado donde todo calla
para siempre,
quizá no fuimos fieles a patrones o ejemplos,
quizá el azar marcó de canto una baraja mala
y nos dejó sin falta ni resto,
o tal vez temblamos más de lo que el tiempo exige
a los verdaderos triunfadores,
y perdimos el fiel, el equilibrio, la mesura,
el cinismo de los escaladores,
y la alegría de los exitosos sin culpa y sin memoria,
pero aún nos conmueve
una “esperanza absurda, que es toda la fortuna...”,
melodía embrujada,
sirenita,
te reís de nosotros que no queremos cera en los oídos,
aunque tu canto convoque los
dolores más hondos,
y persistimos en hacer el viaje
atados al palo mayor,
sin brújula ni timón, sin cartas ni astrolabios,
sin marea ni mar,
despidiendo a los muertos que mueren todavía,
sin llegar a saber
si la nave parte, si sube la marea,
atados al palo mayor, de una nave varada y descompuesta,
no hay otra cosa que sea tan inútil
no hay otra cosa que nos importe tanto.
(de “La intemperie”)
*
La poda
entrado el invierno,
fría la tierra, la corteza fría,
las ramas implorando hacia el cielo
plomizo,
el viejo calza sus guantes y prepara
la pinza de podar,
observa en el ciruelo sus extendidas
ramas,
recorre el cuerpo que ha dado el tiempo
a la copa desnuda,
sus antiguos nudos, sus bifurcaciones,
adivina una geometría que subyace
oculta a nuestra vista
y comienza, corte a
corte,
a volverla visible,
de cada uno de estos cortes
dice,
depende la próxima cosecha.
(de “Abrigo”)
*
XVI
lucero
lucerito no te vayas ya
que te
demores pido
aprestos
en la madrugada lenta
mente separa
el
tibio goce
abrigo cuerpo
de mujer
y una alegría tristísima cae una
lluvia
solo en nosotros mudos
¡oh comprensión inútil!
fundar una estirpe o
vislumbrarla
en la hora exacta de la partida
en el bolsillo ella deja
un mensaje
y se esfuma,
caracteres
palabras
una oración
el idioma aplicado
ahora
es
para nosotros
figuras para decirlo
todo
figuras para nombrar
la ausencia
y el mensaje desaparece
deviene
lluvia un río
cae
sin mojar
dolor
y gozo
callados
es la
ausencia
el maestro impasible huele
el viento del
este
tiembla la
camisa hawaiana:
es la hora
sabemos
y no asombra el saber
vuelve serena
la tristeza
es la hora
y ni mirar atrás
no hay nada.
(de “La camisa hawaiana”)
*
Sociedad
de masas
Fuimos
con mi amor
hasta
las últimas consecuencias.
Golpeamos
a su puerta. No atendían,
estaban
ocupadas en un millar de casos parecidos.
Insistimos,
desesperados como estábamos,
y
finalmente,
nos
dieron un numerito
y
nos pidieron que volviésemos
la próxima semana.
(de “Política líquida” (del Sobre-plaqueta
Ediciones de la Talita Dorada, 2009))
*
Arditti
Entre
cardos y pastos desmesurados
la
vieja estación
naufraga
con
la caída de la tarde.
Unos
perros flacos
aúllan
su soledad al vernos,
por
un momento,
entre
las sombras
del tinglado en ruinas,
vuelve
a pasar el tren.
(de “Pueblos
fugaces”, 2012)
*
Entrevista
realizada a través del correo electrónico: en las ciudades de La Plata y Buenos
Aires, distantes entre sí unos sesenta kilómetros, Carlos Aprea y Rolando
Revagliatti, febrero 2016.
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